Rubén Darío en el periodismo rivense
Por: Sergio Espinoza Hernández
El Nuevo Diario
9 de septiembre de 2015
Rubén Darío inicia su relación con el periodismo
nacional, no en León donde residía, sino con el periódico El Termómetro de
Rivas, dirigido por José Dolores Gámez, la colaboración no es una prosa sino un
poema titulado Una lágrima, en su edición número 23, fechada el 26 de
junio de 1880, cuando tenía 13 años, a partir de allí la prensa lo comenzó a
llamar “el poeta niño”.
El Termómetro era un semanario, tipo tabloide, su
domicilio estaba ubicado en la casa hacienda Santa Úrsula, hoy Museo de Rivas.
Su primer número salió a circular el 15 de enero de 1878 y su último número en
1882. En la Biblioteca del Banco Central se encuentra una colección de las
ediciones 1 a la 43, correspondiente a 1880. Primeramente se imprimió en la
imprenta La Libertad y luego en la propia topografía El Termómetro. José
Dolores Gámez también fue director de la revista El Álbum duró de 1880 a 1881,
tabloide de 16 páginas, de contenido variado.
Una lágrima es una elegía, era costumbre de los
leoneses contratar a un poeta para que hiciera los epitafios, hasta la casa de
la tía Bernarda Sarmiento de Ramírez, conocida como Bernarda Darío, llegó
Victoriano Argüello para que le hiciera un epitafio a un mes de difunto su
padre Pedro Argüello. El poema fue dado a conocer por el investigador dariano
Diego Manuel Sequeira en su obra titulada Rubén Darío Criollo.
Una lágrima: Brilla como el
firmamento
la existencia del mortal,
sin que las nubes del mal
la empañen de sufrimiento:
se desliza
como embalsamada brisa,
cual de la flor el aliento,
en alas del blando viento,
pero vienen impetuosas
las olas de los pesares,
y la sumergen en mares
de nieblas espantosas.
¡Y cuánto, cuánto sentimos
cuando extinguido miramos
al ser que más adoramos
por el que al mundo
venimos!
¡En el alma
ya no anida dulce calma!
Brotan llanto nuestros
ojos…
Por doquiera, solo abrojos…
¡Y en lúgubre confusión,
en pesares y aflicciones,
sentimos hechos girones
nuestro pobre
corazón! Murió tu padre, ¡es verdad!
¿Lo lloras?... ¡Tienes
razón!
Pero ten resignación,
que existe una eternidad
do no hay penas,
y en un lecho de azucenas
moran los justos gozando
sus venturanzas cantando;
y allí viven inmortales
en deleites y alegrías,
oyendo las armonías
de las liras celestiales.
¿Qué es este mundo?
¡Tristeza! ¿
Y qué es aquel? ¡Dicha y
gloria!
¡Aquí, terrenal escoria!
¡Allá, poesía, belleza,
blancas nubes;
y mil aéreos querubes
con aureola en la frente
cantan al Omnipotente,
y con guirnaldas hermosas
y en nubecillas de espumas,
van coronados de plumas,
de claveles y de rosas!
El hombre, ser afligido,
viene aquí sólo a llorar;
viene aquí sólo a llorar;
más su destino es tornar
a su “Paraíso perdido”.
El camino
que le ha trazado el
destino
y siempre contempla
absorto,
¡es, amigo, corto, corto!
Él es alondra que vuela
de su nido muy distante;
que pasa su vida errante
cual en los mares la
estela.
Por eso, pues, ese llanto,
que ahora miro en tus ojos,
sécalo presto, y de hinojos
al Eterno eleva un canto;
que en el cielo
pide para ti un consuelo,
con tu piadoso fervor,
tu padre y tu bienhechor.
¡No llores, amigo, no,
que goza en el infinito
el generoso proscrito
que la existencia te dio!
El propio Darío en su Autobiografía da la versión
de su debut con la prensa de Rivas: “Ya iba a cumplir mis trece años y habían
aparecido mis primeros versos en un diario titulado El Termómetro, que
publicaba en la ciudad de Rivas el historiador y hombre político José Dolores
Gámez. No he olvidado la primera estrofa de estos versos de primerizo, rimado
en ocasión de la muerte del padre de un amigo. Ellos serían ruborizantes si no
los amparase la intención de la inocencia:
Murió tu padre, ¡es verdad!, / lo lloras, tienes
razón; / pero ten resignación / que existe una eternidad
do no hay penas… / Y en un trozo de azucena / moran
los justos cantando…”.
El bardo ya adulto valora “la intención de su
inocencia” en el poema y registra sus versos primerizos con una gran memoria.
Un poema de rimas y ritmos en contraste con el dolor humano de tristeza y
llanto, una reflexión sobre la muerte de forma enigmática con respuestas
míticas que escapan de complicar la llegada al más allá.
En El Termómetro también recibe la primera crítica
literaria, nada menos que por Enrique Guzmán, “le acusa de violar todas las
normas y reglas del idioma”. Don Enrique no sabía a quién tocaba, al
futuro revolucionario de la lengua español, cuando aún era “el poeta
niño”. Se equivocó don Enrique. El poeta niño le responde. La réplica dice:
“uno de los defectos de la vetusta Real Academia, es rechazar tercamente toda
reforma que la diferencia de costumbres, las nuevas ideas del siglo y el uso
han realizado en el idioma”.
La filípica se volvió posteriormente un debate de
ideas entre Guzmán y Darío que va a durar todas sus vidas en forma de querella.
Una vez adulto, Darío ya como príncipe de letras castellanas, después de
escribir Azul… publicó Los Raros y le hizo llegar un ejemplar a su crítico de
infancia con una dedicatoria que dice: “Rubén Darío saluda a Enrique Guzmán y
le envía ese libro, agradeciéndole a los treinta años las críticas que le
hacían rabiar a los quince”.
Guzmán siempre fue crítico literario de Darío,
nunca modificó su punto de vista. Mientras tanto Darío se cubría de gloria en
el mundo del idioma entre los miembros de la Real Academia como el
precursor del modernismo literario en las letras castellanas y pionero de la
prosa periodística moderna.
*Periodista. Editor de Revista de Rivas
Nicaraocalli
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