viernes, 20 de mayo de 2016

Carta de José D. Gámez a José Santos Zelaya a la caída de este

  • Tomado de la Prensa del 6 de enero de 2003:  http://www.laprensa.com.ni/2003/01/06/nacionales/855940-histrica-carta-de-gmez-a-zelaya

  • Don José Dolores Gámez Guzmán fue uno de los principales ideólogos de la revolución liberal de 1893. Ocupó varios ministerios en los gobiernos del Gral. José Santos Zelaya López. Fue también diputado y diplomático, uno de los políticos más influyentes en su época. Viajó por muchos países, estuvo en el Archivo de Indias, en Sevilla, España. Autor de varios libros, se destaca su Historia de Nicaragua. Tuvo contradicciones con el Gral. Zelaya López y se separó del gobierno, después de muchos años de estrecha colaboración. Su carta fechada el propio día de la renuncia del Presidente, es un documento que debe servir de permanente reflexión a los políticos nicaragüenses. Sólo es cuestión de cambiar fechas y nombres. Ambos personajes están sepultados a pocos metros de distancia

Managua, 19 de Diciembre de 1909
Señor General don J. Santos Zelaya.
Presente
General Zelaya.

Está corrido el telón y quizá para siempre sobre su vida pública en Nicaragua. En este momento supremo para Ud. y cuando el vacío reina a su lado, séame permitido dirigirle la presente, no al hombre público que ya no existe para mí, sino al amigo personal de antigua data, al correligionario político que encaneció a su lado, al compañero de luchas y fatigas en el escenario político.

Al verlo caer como cae, créame Ud. que lo siento y lo deploro. Me encuentro en el mismo caso del 93 con mi amigo personal, el doctor Sacasa ya finado, a quien habría querido poder salvar cuando se hundía como Ud. atacado francamente por unos y mal sostenido y peor aconsejado por otros, pero de quien me alejaban mis deberes para con la Patria y mi Partido. La única diferencia es que a aquel lo ataqué, mientras a Ud. no; ni aún siquiera escribiendo una línea en su contra, porque siempre ha pesado en mi ánimo la consideración de que Ud. fue la obra de mi esfuerzo, pues yo le abrí brecha en nuestras filas y le empujé a un caudillaje cuando Ud. no pensaba en eso, y fui yo también el que en las revueltas del 93 le proclamó audazmente y le hizo aparecer en León como Presidente de la Junta de Gobierno; el que le levantó en hombros el 21 de junio con aquel famoso plan de Momotombo que le aseguraba el mando supremo, y el que le acompañó y sostuvo por varios años en los trances más difíciles de su tempestuosa administración, cuando todos lo creían perdido y lo desamparaban; Ud. perdone mi rudeza, no correspondió ni al partido, ni al amigo: al primero, porque al llegar al poder se divorció de todos los principios liberales que tantas veces y tan formalmente prometió y bajo cuyo compromiso ascendió; al segundo porque se dejó impresionar del trabajo de los enemigos interesados en dividirnos, y abrigó celos y se llenó de mala voluntad para quien sólo tuvo cariño desinteresado para Ud. No tome esto por un reproche, se lo ruego, pues soy incapaz de quererle mortificar, en esta hora de angustiosa inquietud.

He echado un velo sobre todo lo pasado y no puedo recordar ni recordaré nunca cosa suya que pueda lastimar y hacer que olvide la inteligencia que debo a nuestros antecedentes amistosos.
Le faltó a Ud. en el trance fatal de su agonía pública el cariño desinteresado y leal de quien fue su mejor amigo en todo terreno; pero debo decirle que si me separé, como lo creí de mi deber y desde muy antes que sospechara su derrumbamiento, jamás, por un sentimiento de consecuencia amistosa, fui conspirador ni quise escuchar a los revolucionarios, ni menos pactar alianza, no obstante que muchos de ellos eran mis amigos y reclamaban mi concurso en nombre de las necesidades de la Patria y del deber de sus hijos. La falta mía tendrá que haberla notado, por más que Ud. aturdido por la atmósfera de las alturas haya expresado otra cosa, pues vale y tendrá que valer mucho el afecto abnegado y la experiencia puestos al servicio permanente. Creo con todo, que aún sin ese mi cariñoso concurso usted no habría caído del modo como cae, si dos fatalidades no hubieren aparecido rodeándole desde hace dos años, en amistoso consorcio con Ud.

¿Deberé nombrárselas? Francamente no sé qué pensar. Válgame sin embargo, para hacerlo, la obligación que tengo de prestarle un servicio con el cual pueda Ud. apreciar lo que le sucede y explicarse por qué los que le rodearon y sostuvieron en un tiempo hasta la locura, se alejaron después de su lado precipitadamente y despreciando los halagos del poderoso. Sus amigos políticos, sus compañeros de lucha, créalo Ud., sólo retrocedieron cuando en lugar de los hombres del 11 de julio vieron a su lado el probonismo penitenciario. Quiso Ud. por una ceguedad que hasta hoy nadie se explica, celebrar su pascua, no con los viejos amigos del tiempo terrible que sólo pedían consecuencia política y buen cariño, sino con los fariseos de la ciudad santa, y de allí, que para acallar hasta las voces de justa protesta, tuviese Ud. necesidad de hacer reinar el orden en Varsovia con el auxilio del otro factor que no tengo para qué nombrar.

Vuelvo a suplicarle no lleve Ud. a mal mis revelaciones, pues tienen por objeto solamente el facilitarle la manera de ver claro en esta hora obscura y tempestuosa para Ud. Tal vez las encuentre inconvenientes y hasta severas, pero revístase de paciencia y sea indulgente con mi propósito, que no es el de proporcionarle disgustos. Sea lo que fuere, basta ya de asunto público y pasemos a la parte privada de esta mi carta.

Sale Ud. del país, se aleja quizá para siempre de Nicaragua y probablemente no nos volveremos a ver más porque somos viejos y no se haya largo el término de nuestra jornada. Acepte mis votos por la felicidad de su viaje y porque en extranjera playa pueda Ud. olvidar las decepciones y amargura de la vida pública.

Mi cariño personal no ha muerto, pasa sobre todo y le dirige su adiós amistoso.

José D. Gámez