BIOGRAFÍA DE JOSE DOLORES GÁMEZ
POR
EL DR. RAMON ROMERO
La historia
es la narración de los hechos pasados y actúales de un individuo, de una
sociedad, de una nación. Por lo tanto, los hechos son esenciales para forjar
con ellos la narración. Bajo este
aspecto todo ser tiene una historia, las plantas, los minerales, los árboles,
en razón de su existencia, su color, su esencia, su utilidad, aun cuando no
actúen de manera directa, en la vida humana.
La colaboración de ellos en el aspecto biológico se opera por los medios
científicos que emplea el hombre.
Esta sencilla
expresión de lo que es la historia ha dado margen a seria discusiones entre los
pensadores. El gran biógrafo inglés
Strachey dice que la historia es, por sobre todo un arte y no una ciencia,
rebatiendo a Fustel de Caulangues, quien sostiene que es una ciencia pura. En
discordia del historiador ruso M. N. Pokovsky, afirma que está fuera de toda
discusión la importancia decisiva de la historia en la marcha de la sociedad
porque ella no sólo depende de otras ciencias, sino también de la cultura y de
la misma vida. Esta conexión con la vida le da universalidad e importancia para
la sociedad. Es así cómo la Historia
surge por todas partes: en el colegio, en el foro, en el monasterio, en la
redacción del periódico, en el campamento, en el campo de deportes, en la
concentración pública.”
La forma de
escribir y concebir al Historia o sea la historiografía, se presenta en
diversos aspectos. Bernheim señala tres etapas: la Historia narrativa, la
Historia pragmática y la Historia genética. La primera aparece en Grecia en
Herodoto, autor de “Los Nueves Libros”.
Esos libros se escribieron con la definición clásica: “ La Historia es
la narración verídica de los hechos pasados”.
La segunda
etapa la establece Tucídes con la Historia de las guerras de Peloponeso. Pero antes Polibio la inició con determinadas
enseñanzas. Modelos de ese tipo determinado son “Las vidas paralelas” de
Plutarco y la “Germanía” de Tácito.
La tercera
etapa, la gigantesca, busca la heterogeneidad de los hechos históricos y la
iniciativa Bossuet, Voltaire, Vico,
Monstequieu y Condorcet.
Sobre los
hombres recios una cabeza grande, cara ancha, frente alta, dos ojos de color
verde claro, desvaído, con destellos acerados, el cabello rígido, de un
desvanecido color herrumbroso boca apretada sobre el vértice del maxilar
inferior prominente.
Cuando yo le
conocí—una mañana espléndida—estaba frente a su escritorio de despacho en el
Ministerio de Relaciones Exteriores, situado en los altos del antiguo Palacio
Nacional. Era, entonces, el Ministro que
sumaba al poder la confianza del Presidente Zelaya.
Había escrito
mucho en relación con el género histórico, ensayaos, artículos políticos de
ideología liberal tenia ya su propia historia de combatiente, añadiendo
servicios muy notables prestado al país en su doble calidad de Ministro del
Interior y del Exterior.
Nació el
señor Gámez en la ciudad de Granada, el 12 de julio de 1851. Fueron sus padres
don José Dolores Gámez Torres y doña Leonor Guzmán, descendiente ésta de noble
familia salvadoreña y castellana. Pasa
sus primeros años entre las zozobras del drama nacional, el más terrible de
cuantos registras la dolorosa existencia del país. La invasión filibustera fue
intensa en Granada, y por tal motivo no existieron centros escolares apropiados
para la instrucción del niño.
La tristeza
de entonces vista por él en los semblantes de sus padres y la propia inquietud
de sus días y sus noches, se transformó más tarde en acento de rebeldía. Notase esto en la prosa amarga de reproche o
en la exégesis que hiciera en sus libros de algún hecho acaecido lejanamente,
sujeto por su trascendencia a la controversia.
En los duros
años de su crecimiento juvenil se traslada a El Salvador, buscando la
orientación de su inteligencia; y en esa epoca, entra a las disciplinas
universitarias por poco tiempo, pues se ve en la necesidad de ganar el sustento
trabajando en una casa de comercio, pero esta labor rutinaria no es propia para
su temperamento: aprende la tipografía en un taller cualquiera, la memoria bien
forjada ve el material para la lucha
futura: con el componedor en la mano teje sus artículos, enhebra sus ensueños de
muchacho, la obra cimera que vuela ya en la vasta latitud de su mente creadora,
que habría de servirle, años más tarde, para la obra fundamental. Aprende también la telegrafía y sirve un
puesto encomendado a su pericia. En esos
días le asalta deseo de viajar, aburrido quizá al no encontrar a su paso lo que
por vocación buscaba en materia de pensamiento.
Emprende
entonces la penosa jornada de recorrerla tierra centroamericana llevando su
ideal ya maduro, y para darle forma, solicita documentos, datos crónicas,
liturgias históricas y todo cuanto creía necesario para forjar el libro de su
inquietable anhelo.
Regresa al
país, se establece en Rivas y funda allí
“El termómetro” En esas
páginas aparece la mentalidad de Máximo Jerez, la ideología de un liberalismo
diáfano en el contenido histórico, y la siembra de la idea revolucionaria va
abriendo surcos profundo en las masas y en la conciencia nacional. La burguesía
ilustrada tenía el poder en sus manos.
Se sucedían los gobernantes en forma extraña, surgiendo hombres honrados
y radicales, unos y otros de buen sentido patriarcal, pero unidos en la cadena
de aspiraciones conservadoras. La oposición quería fuerzas nuevas y
renovadoras. Jerez y Gámez
representaban la frondosa arboladura de los principios liberales siempre
renovador en el breviario político de la democracia, la libertad y la justicia
que corresponde, por ley de la vida a todos los pueblos.
En esa época
contrajo matrimonio con la señorita Camila Umaña. De ese matrimonio nacieron varios hijos.
El infortunio
en esa edad juvenil sirve para deslindar los campos de la vida: o se hunde el
hombre en ciénega de la impotencia o el fracaso, o se acoraza y triunfa en sí
mismo. surge entonces el poderío de la
inteligencia. Limpia de malezas el
espíritu y deja amplios y libres los caminos que han de llevar al hombre al
cumplimiento de su nobilísima misión. Es
aquí donde lo heroico del sentido de responsabilidad labra la arcilla de la
vida. Un beethoven sordo y aniquilado se resigna con esa montaña de dolor;
la miseria amarga de Lincoln, el leñador en su juventud y luego visitante
iluminado en la Casa Blanca de Washington, parece el espectro de los días
aciagos y de las noches turbulentas cuando el pan que le alimentaba lo regaba
con sus lágrimas. Gámez es así, una
enseñanza para las generaciones. Podían caer los árboles desgarrados por las
potencias en su mismo camino, podía la hierba extenderse con afán devorador
sobre sus predios de inteligencia, pero ello no le daría ni confusión ni temor.
Hay una
fuerza desconocida en estos hombres silenciosos que labran su propia vida. Parece que miran los cielos profundos
buscando una respuesta a la inquietante pulsación del Destino. Y en efecto,
de allí viene la voz sideral que exige seguir viviendo.
Los grandes
hombres en las letras o en las acciones de salvación nacional aparecen en las
horas de tormenta: van en un mar de aire hacia una luz de estrella que sólo
ellos ven porque la aman. Las ideas
avanzadas y generosas que los pensadores sustentan forman la cima y al
proyectarse, cubren la extensión de la tierra.
El gran destino anticipado de estos predestinados y profetas, no se ve
detenido ni por la horda, ni por el odio, la injusticia y el desdén de la
multitud. En su trayectoria el dolor
recogido es precisamente lo que establece la unidad, la totalidad del ser
humano, que obliga a dirigir la acción a las realizaciones. Esta totalidad dada en potencia debe ser
actualizada mediante el esfuerzo consciente, como lo expresa el verso de
Angelus Silescius, poeta místico del barroco.
“En cada hombre hay una imagen de lo que ha de ser, y mientras no lo es,
no alcanzará la paz.”
Cuando estos
hombres llegan pesa mucho el mundo con la idea y la acción.
Gámez
partícipe del poder como Ministro no tiene los días magnificantes de producción
como allá en su juventud. Sus
pensamientos de juventud resumen ese sentido fuerte de su mejor amigo, Jerez
cuya experiencia y sabiduría se derrama en el escritor como lo hiciera en
Grecia Sócrates y Agatón: corriente fluida de acendrado patriotismo, examen
filosófico de la obra del tiempo, renovación de ideales, florecimiento de
ensueños: ese es el camino de Tebaida, y su oración en los pórticos del templo.
En las
postrimerías de Sócrates Atenas sintió un gran aburrimiento. La vida giró entonces en su contrario: la urgencia del placer. La juventud se dedicó a la agitación del
músculo, a los deportes, a las carreras fatigosas del entrenamiento. Los pensadores fueron desfilando entonces por
los viejos caminos en donde antes pasaron para reunirse bajo las arcadas de las
escuelas o a la sombra de los plátanos y filosofar y encontrar allí la belleza
del mundo. Aquel oro brillante de los
pensamientos fue tomando entonces el aspecto de las cosas muertas porque fuera
de las escuelas, los jóvenes elevaban el himno a la brutalidad y a la
fuerza. Atenas fue la ciudad del grito y
el nido de la violencia. El vino
generoso de la fantasía y del ensueño se tornó en risa estentórea que sacudía
los mármoles de la sabiduría y Atenas fue arrasada. Si la juventud hubiera seguido los bellos
caminos señalados por los filósofos, por los artistas altos, otro seria el
destino. Lo que tanto agradaba a
Leonardo de Vinci, una sonrisa, unos ojos húmedos, una cabeza de madona
flotando en el aire puro y diáfano de la mañana, eso imponderable en el
concepto humano, constituye, sin duda, la religión y la belleza del mundo. Si la extraemos del espíritu el hombre se
torna cruel y sanguinario.
Gámez trazó
la grandeza y utilidad del pensamiento a la juventud nicaragüense tanto como
ejemplo del se labra por su propio esfuerzo su destino, como porque dio rumbos
nuevos a la patria.
En 1888, el
Presidente Carazo por acuerdo del 14 de julio abre un concurso con el objeto
del estimular a los escritores, y en su parte esencial establece un premio para
el que presente un libro de estudio elemental de Historia de Nicaragua. Gámez resultó favorecido al aceptarle el
jurado—con honrosa distinción—, el libro de tal título.
Al leerlo es
interesante observar que Gámez escogió deliberadamente un método dentro del
cual le fuera permitido hacer el comentario de todo aquello que tuviera
relación con su apreciación del pasado y del presente, pero sea lo que fuere,
su labor queda encuadrada en la forma narrativa de que hablé al principio,
desviándose a veces, por lógica depuración del contenido histórico, en el
examen necesario de los hechos. Su
talento no le permite sostenerse en la forma “descriptiva”. Tampoco está de acuerdo con la escuela
“doctrinaria” que preconiza Mr. Guizot, porque ello le llevaría a la
imparcialidad. Descartadas estas dos
formas, no dice en el proemio: Entiendo
que la misión del historiador no puede ser nunca la de impresionar con simples
relaciones, ni tampoco la de tergiversar los hechos para hacer propaganda en
sentido alguno. Su tarea, que es más
noble y levantada, se extiende a todos los tiempos y para que dé frutos en
todas las generaciones y tenga saludable influencia en todas las generaciones y
todas las clases sociales debe relatar los sucesos tales como han pasado y
sacar de ellos las consecuencias que lógica y naturalmente se desprenden.”
Nuestro
historiador tuvo ese propósito, sin duda, pero la oferta no corresponde a la
demanda. La historia está compuesta de
hechos y estos resultan en el tiempo, obedeciendo a causas políticas,
económicas y raciales, en su totalidad propias todas de una época: de ahí que el saber histórico sea muchas
veces de carácter provisorio o relativo para el historiador. No diré de Gámez pulcro en el ropaje de su
libro, sino de otros, muy modernos, con el espíritu encendido en la polémica,
que no han descendido ni pueden descender al estudio de los días pretéritos, a
las causas de los hechos, para estudiar sin pasión, los acontecimientos o, de
otra manera, elevan la pasión a la calidad de incensario. Nunca podrán ser estos buenos sacerdotes de
la historia.
Gámez estudia
con ahínco el pasado, allí donde se acomoda el gran drama de la familia
nuestra. L o de antaño tiene para él un
sabor de fruta amarga, y por eso quiere extraer una lección edificante para el
porvenir. El tiempo, sin embargo, el
mismo, y ese pasado representa a los hombres que amaron y murieron por un ideal
de patria grande. Otros hombres eran,
que pecando con su época, con sus intereses, con su anhelos, con alientos
heredados del civis romano incorporado al conquistador español. Gámez no se sorprende de ello narra la
aventura considerándola cono un hecho del tiempo.
Pero, en ocasiones afirma con decisión de testigo
potencial lo que es aun dudoso en el pensamiento histórico. La rotunda afirmación, sin duda existe en el
hecho, o bien el autor se extralimita o bien habla con marcado
apasionamiento. Es la medida inexacta
de las cosas.
“Pocos días después de la ejecución de Cerda, dice una
página, Arguello, que según parece estaba interesado en la salvación de uno de
los presos que era pariente, dispuso que fueran enviados todos a la fortaleza
de San Carlos para librarlo de la saña de sus militares; pero la escolta que
los conducía se embriagó y desembarcándolas en la desierta isla de la “Pelona”,
los asesinó, arrojando sus cadáveres al agua, sujetos a grandes piedras”. Este asunto ha sido muy discutido.
De profundas
convicciones y de enérgica voluntad era Gámez.
En asuntos de Gobierno y del Estado, se abría su espíritu y entraba en
la conversación o en la controversia; al cesar los motivos regresaba a su
mutismo, estado habitual de avaricia de palabras. Pero en el hogar era el conversador
elocuente, el padre amante de exageraciones cariñosas.
Una cuidadosa
observación lleva a considera a Gámez en esa dualidad de razonar que todo los
somete al análisis, agua fuerte del criterio, pero es un razonador de reservas
inmediatas, que parecen morir en un silencio subconsciente para exteriorizarse
alguna vez. Esta calidad le acerca más
al periodista que al cincelador de la obra cono Panait Istrati, o como
Ossandowsky, cuya visión se fija en la pantalla de las cosas o los hechos,
rodeados de múltiples detalles que caben naturalmente, en la descripción exacta
de lo acontecido. El arte periodístico
lleva a Gámez al relato simple y sencillo con elasticidad, con nervio de
prosista, inconfundible. Hay en tal
estilo influencias de Tácito, de Taine, y registros volterianos que le seducen
y le dominan. Pasando con Jung, el
casillero que corresponde a Gámez es el introvertido, subjetivo
enteramente a fuerza de moldearse con el
sufrimiento y la ternura que siente por un ideal.
El momento de
la intuición supera en todo, su instutivismo está al lado del pensar para
determinar el instante de la reflexión.
No pocos de sus escritos hablan de esto, formulando deducciones que a él
le parecen de lógica rigurosa, y que son más bien de su intuición.
En otro orden
en el del carácter forjado en las luchas diarias de la política ideal por él
perseguido siempre, fue un tanto férreo y voluntarioso. No cedió en la tierra de nadie un paso al
adversario. Ministro omnipotente en la
administración de José Santos Zelaya, se solidariza con todos los actos del
Gobierno, porque le agradaba la realidad, la objetivación de propósitos, Y me parece observar en su “Historia de
Nicaragua”una canalización de un sistema lo que el escritor Dthley quiere hoy,
para conseguir un máximun de verdadera historia: estudiar la fenomenología con
la ayuda de las ciencias con el objeto de dar un pronóstico más o menos
acertado para el porvenir. Dice Gámez en
la parte final de su proemio:
Años más
tarde, cuando se haya despertado entre nosotros la afición a los estudios
históricos, se escribirán tratados mejores que dejarán poco que desear; Entonces,
reparando de mis desvelos y fatigas, me consideraré semejante al obscuro obrero
que ha agotado sus fuerzas derribando los árboles seculares del bosque para
hacer la sementera y que, después de algún tiempo cuando lo mira transformado
por la mano del agricultor a quien dejó allanado el terreno, se envanece del
progreso que observa y siente algo que lo
llena de gozo y satisfacción.”
Gámez
representa una época leal y caballeresca.
Cuando surgió el embrollo político de la revolución de la Costa Atlántica
se habían distanciado Zelaya y Gámez.
En esa ocasión
Gámez permaneció vacilante, con reservas de un resentimiento profundo contra su
amigo el Presidente, y escribe una carta en parte seria y otra efusiva por el
sentido de amistad. Gámez no era ya el
soldado fuerte del liberalismo por el que tantas batallas sin nombre librara
otrora: vencido Zelaya cayó él también,
oscuramente, sin combate, sin gloria final.
Sin sabor de héroe de la libertad.
Es posible
que la antigua fe ya no existiera, o que estuviera aburrida de la tragedia.
Gámez
pertenece a la estirpe nobilísima de una generación. Entre su producción literaria a la obra
excelente que ha de sembrar la fe, es su Historia de Nicaragua, cuando abro ese
libro me parece que se extiende en el vasto del aire una bandera de seda que se
estremece con la brisa que llega de la
selva.
RAMÓN
ROMERO
DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA
NACIONAL