miércoles, 9 de marzo de 2016

Biografía del historiador José Dolores Gámez, por Ramón Romero


BIOGRAFÍA DE JOSE DOLORES GÁMEZ

POR EL DR. RAMON ROMERO

   La historia es la narración de los hechos pasados y actúales de un individuo, de una sociedad, de una nación. Por lo tanto, los hechos son esenciales para forjar con ellos la narración.  Bajo este aspecto todo ser tiene una historia, las plantas, los minerales, los árboles, en razón de su existencia, su color, su esencia, su utilidad, aun cuando no actúen de manera directa, en la vida humana.  La colaboración de ellos en el aspecto biológico se opera por los medios científicos que emplea el hombre.

   Esta sencilla expresión de lo que es la historia ha dado margen a seria discusiones entre los pensadores.   El gran biógrafo inglés Strachey dice que la historia es, por sobre todo un arte y no una ciencia, rebatiendo a Fustel de Caulangues, quien sostiene que es una ciencia pura. En discordia del historiador ruso M. N. Pokovsky, afirma que está fuera de toda discusión la importancia decisiva de la historia en la marcha de la sociedad porque ella no sólo depende de otras ciencias, sino también de la cultura y de la misma vida. Esta conexión con la vida le da universalidad e importancia para la sociedad.  Es así cómo la Historia surge por todas partes: en el colegio, en el foro, en el monasterio, en la redacción del periódico, en el campamento, en el campo de deportes, en la concentración pública.”

  La forma de escribir y concebir al Historia o sea la historiografía, se presenta en diversos aspectos. Bernheim señala tres etapas: la Historia narrativa, la Historia pragmática y la Historia genética. La primera aparece en Grecia en Herodoto, autor de “Los Nueves Libros”.  Esos libros se escribieron con la definición clásica: “ La Historia es la narración verídica de los hechos pasados”. 

   La segunda etapa la establece Tucídes con la Historia de las guerras de Peloponeso.  Pero antes Polibio la inició con determinadas enseñanzas. Modelos de ese tipo determinado son “Las vidas paralelas” de Plutarco y la “Germanía” de Tácito.

   La tercera etapa, la gigantesca, busca la heterogeneidad de los hechos históricos y la iniciativa Bossuet,  Voltaire, Vico, Monstequieu y Condorcet.

   Sobre los hombres recios una cabeza grande, cara ancha, frente alta, dos ojos de color verde claro, desvaído, con destellos acerados, el cabello rígido, de un desvanecido color herrumbroso boca apretada sobre el vértice del maxilar inferior prominente.

  Cuando yo le conocí—una mañana espléndida—estaba frente a su escritorio de despacho en el Ministerio de Relaciones Exteriores, situado en los altos del antiguo Palacio Nacional.  Era, entonces, el Ministro que sumaba al poder la confianza del Presidente Zelaya.

   Había escrito mucho en relación con el género histórico, ensayaos, artículos políticos de ideología liberal tenia ya su propia historia de combatiente, añadiendo servicios muy notables prestado al país en su doble calidad de Ministro del Interior y del Exterior.

   Nació el señor Gámez en la ciudad de Granada, el 12 de julio de 1851. Fueron sus padres don José Dolores Gámez Torres y doña Leonor Guzmán, descendiente ésta de noble familia salvadoreña y castellana.  Pasa sus primeros años entre las zozobras del drama nacional, el más terrible de cuantos registras la dolorosa existencia del país. La invasión filibustera fue intensa en Granada, y por tal motivo no existieron centros escolares apropiados para la instrucción del niño.

   La tristeza de entonces vista por él en los semblantes de sus padres y la propia inquietud de sus días y sus noches, se transformó más tarde en acento de rebeldía.   Notase esto en la prosa amarga de reproche o en la exégesis que hiciera en sus libros de algún hecho acaecido lejanamente, sujeto por su trascendencia a la controversia.

    En los duros años de su crecimiento juvenil se traslada a El Salvador, buscando la orientación de su inteligencia; y en esa epoca, entra a las disciplinas universitarias por poco tiempo, pues se ve en la necesidad de ganar el sustento trabajando en una casa de comercio, pero esta labor rutinaria no es propia para su temperamento: aprende la tipografía en un taller cualquiera, la memoria bien forjada ve el material para la lucha  futura: con el componedor en la mano teje  sus artículos, enhebra sus ensueños de muchacho, la obra cimera que vuela ya en la vasta latitud de su mente creadora, que habría de servirle, años más tarde, para la obra fundamental.   Aprende también la telegrafía y sirve un puesto encomendado a su pericia.  En esos días le asalta deseo de viajar, aburrido quizá al no encontrar a su paso lo que por vocación buscaba en materia de pensamiento.

   Emprende entonces la penosa jornada de recorrerla tierra centroamericana llevando su ideal ya maduro, y para darle forma, solicita documentos, datos crónicas, liturgias históricas y todo cuanto creía necesario para forjar el libro de su inquietable anhelo.

   Regresa al país, se establece en Rivas  y funda allí “El termómetro”   En esas páginas aparece la mentalidad de Máximo Jerez, la ideología de un liberalismo diáfano en el contenido histórico, y la siembra de la idea revolucionaria va abriendo surcos profundo en las masas y en la conciencia nacional. La burguesía ilustrada tenía el poder en sus manos.   Se sucedían los gobernantes en forma extraña, surgiendo hombres honrados y radicales, unos y otros de buen sentido patriarcal, pero unidos en la cadena de aspiraciones conservadoras. La oposición quería fuerzas nuevas y renovadoras.    Jerez y Gámez representaban la frondosa arboladura de los principios liberales siempre renovador en el breviario político de la democracia, la libertad y la justicia que corresponde, por ley de la vida a todos los pueblos.

  En esa época contrajo matrimonio con la señorita Camila Umaña.  De ese matrimonio nacieron varios hijos.

   El infortunio en esa edad juvenil sirve para deslindar los campos de la vida: o se hunde el hombre en ciénega de la impotencia o el fracaso, o se acoraza y triunfa en sí mismo.  surge entonces el poderío de la inteligencia.  Limpia de malezas el espíritu y deja amplios y libres los caminos que han de llevar al hombre al cumplimiento de su nobilísima misión.  Es aquí donde lo heroico del sentido de responsabilidad labra la arcilla de la vida. Un beethoven sordo y aniquilado se resigna con esa montaña de dolor; la miseria amarga de Lincoln, el leñador en su juventud y luego visitante iluminado en la Casa Blanca de Washington, parece el espectro de los días aciagos y de las noches turbulentas cuando el pan que le alimentaba lo regaba con sus lágrimas.   Gámez es así, una enseñanza para las generaciones. Podían caer los árboles desgarrados por las potencias en su mismo camino, podía la hierba extenderse con afán devorador sobre sus predios de inteligencia, pero ello no le daría ni confusión ni temor.

   Hay una fuerza desconocida en estos hombres silenciosos que labran su propia vida.  Parece que miran los cielos profundos buscando una respuesta a la inquietante pulsación del Destino.  Y en efecto,  de allí viene la voz sideral que exige seguir viviendo.

   Los grandes hombres en las letras o en las acciones de salvación nacional aparecen en las horas de tormenta: van en un mar de aire hacia una luz de estrella que sólo ellos ven porque la aman.  Las ideas avanzadas y generosas que los pensadores sustentan forman la cima y al proyectarse, cubren la extensión de la tierra.  El gran destino anticipado de estos predestinados y profetas, no se ve detenido ni por la horda, ni por el odio, la injusticia y el desdén de la multitud.  En su trayectoria el dolor recogido es precisamente lo que establece la unidad, la totalidad del ser humano, que obliga a dirigir la acción a las realizaciones.   Esta totalidad dada en potencia debe ser actualizada mediante el esfuerzo consciente, como lo expresa el verso de Angelus Silescius, poeta místico del barroco.  “En cada hombre hay una imagen de lo que ha de ser, y mientras no lo es, no alcanzará la paz.”

   Cuando estos hombres llegan pesa mucho el mundo con la idea y la acción.

   Gámez partícipe del poder como Ministro no tiene los días magnificantes de producción como allá en su juventud.   Sus pensamientos de juventud resumen ese sentido fuerte de su mejor amigo, Jerez cuya experiencia y sabiduría se derrama en el escritor como lo hiciera en Grecia Sócrates y Agatón: corriente fluida de acendrado patriotismo, examen filosófico de la obra del tiempo, renovación de ideales, florecimiento de ensueños: ese es el camino de Tebaida, y su oración en los pórticos del templo.

   En las postrimerías de Sócrates Atenas sintió un gran aburrimiento.  La vida giró entonces en su contrario:  la urgencia del placer.  La juventud se dedicó a la agitación del músculo, a los deportes, a las carreras fatigosas del entrenamiento.  Los pensadores fueron desfilando entonces por los viejos caminos en donde antes pasaron para reunirse bajo las arcadas de las escuelas o a la sombra de los plátanos y filosofar y encontrar allí la belleza del mundo.  Aquel oro brillante de los pensamientos fue tomando entonces el aspecto de las cosas muertas porque fuera de las escuelas, los jóvenes elevaban el himno a la brutalidad y a la fuerza.  Atenas fue la ciudad del grito y el nido de la violencia.  El vino generoso de la fantasía y del ensueño se tornó en risa estentórea que sacudía los mármoles de la sabiduría y Atenas fue arrasada.  Si la juventud hubiera seguido los bellos caminos señalados por los filósofos, por los artistas altos, otro seria el destino.  Lo que tanto agradaba a Leonardo de Vinci, una sonrisa, unos ojos húmedos, una cabeza de madona flotando en el aire puro y diáfano de la mañana, eso imponderable en el concepto humano, constituye, sin duda, la religión y la belleza del mundo.  Si la extraemos del espíritu el hombre se torna cruel y sanguinario.

   Gámez trazó la grandeza y utilidad del pensamiento a la juventud nicaragüense tanto como ejemplo del se labra por su propio esfuerzo su destino, como porque dio rumbos nuevos a la patria.

  En 1888, el Presidente Carazo por acuerdo del 14 de julio abre un concurso con el objeto del estimular a los escritores, y en su parte esencial establece un premio para el que presente un libro de estudio elemental de Historia de Nicaragua.  Gámez resultó favorecido al aceptarle el jurado—con honrosa distinción—, el libro de tal título.

   Al leerlo es interesante observar que Gámez escogió deliberadamente un método dentro del cual le fuera permitido hacer el comentario de todo aquello que tuviera relación con su apreciación del pasado y del presente, pero sea lo que fuere, su labor queda encuadrada en la forma narrativa de que hablé al principio, desviándose a veces, por lógica depuración del contenido histórico, en el examen necesario de los hechos.  Su talento no le permite sostenerse en la forma “descriptiva”.  Tampoco está de acuerdo con la escuela “doctrinaria” que preconiza Mr. Guizot, porque ello le llevaría a la imparcialidad.  Descartadas estas dos formas, no dice en el proemio:  Entiendo que la misión del historiador no puede ser nunca la de impresionar con simples relaciones, ni tampoco la de tergiversar los hechos para hacer propaganda en sentido alguno.   Su tarea, que es más noble y levantada, se extiende a todos los tiempos y para que dé frutos en todas las generaciones y tenga saludable influencia en todas las generaciones y todas las clases sociales debe relatar los sucesos tales como han pasado y sacar de ellos las consecuencias que lógica y naturalmente se desprenden.”

   Nuestro historiador tuvo ese propósito, sin duda, pero la oferta no corresponde a la demanda.   La historia está compuesta de hechos y estos resultan en el tiempo, obedeciendo a causas políticas, económicas y raciales, en su totalidad propias todas de una época:  de ahí que el saber histórico sea muchas veces de carácter provisorio o relativo para el historiador.  No diré de Gámez pulcro en el ropaje de su libro, sino de otros, muy modernos, con el espíritu encendido en la polémica, que no han descendido ni pueden descender al estudio de los días pretéritos, a las causas de los hechos, para estudiar sin pasión, los acontecimientos o, de otra manera, elevan la pasión a la calidad de incensario.   Nunca podrán ser estos buenos sacerdotes de la historia.

   Gámez estudia con ahínco el pasado, allí donde se acomoda el gran drama de la familia nuestra.  L o de antaño tiene para él un sabor de fruta amarga, y por eso quiere extraer una lección edificante para el porvenir.  El tiempo, sin embargo, el mismo, y ese pasado representa a los hombres que amaron y murieron por un ideal de patria grande.  Otros hombres eran, que pecando con su época, con sus intereses, con su anhelos, con alientos heredados del civis romano incorporado al conquistador español.  Gámez no se sorprende de ello narra la aventura considerándola cono un hecho del tiempo.


Pero, en ocasiones afirma con decisión de testigo potencial lo que es aun dudoso en el pensamiento histórico.  La rotunda afirmación, sin duda existe en el hecho, o bien el autor se extralimita o bien habla con marcado apasionamiento.   Es la medida inexacta de las cosas.

“Pocos días después de la ejecución de Cerda, dice una página, Arguello, que según parece estaba interesado en la salvación de uno de los presos que era pariente, dispuso que fueran enviados todos a la fortaleza de San Carlos para librarlo de la saña de sus militares; pero la escolta que los conducía se embriagó y desembarcándolas en la desierta isla de la “Pelona”, los asesinó, arrojando sus cadáveres al agua, sujetos a grandes piedras”.   Este asunto ha sido muy discutido.

   De profundas convicciones y de enérgica voluntad era Gámez.  En asuntos de Gobierno y del Estado, se abría su espíritu y entraba en la conversación o en la controversia; al cesar los motivos regresaba a su mutismo, estado habitual de avaricia de palabras.  Pero en el hogar era el conversador elocuente, el padre amante de exageraciones cariñosas.

   Una cuidadosa observación lleva a considera a Gámez en esa dualidad de razonar que todo los somete al análisis, agua fuerte del criterio, pero es un razonador de reservas inmediatas, que parecen morir en un silencio subconsciente para exteriorizarse alguna vez.  Esta calidad le acerca más al periodista que al cincelador de la obra cono Panait Istrati, o como Ossandowsky, cuya visión se fija en la pantalla de las cosas o los hechos, rodeados de múltiples detalles que caben naturalmente, en la descripción exacta de lo acontecido.  El arte periodístico lleva a Gámez al relato simple y sencillo con elasticidad, con nervio de prosista, inconfundible.   Hay en tal estilo influencias de Tácito, de Taine, y registros volterianos que le seducen y le dominan.   Pasando con Jung, el casillero que corresponde a Gámez es el introvertido, subjetivo enteramente  a fuerza de moldearse con el sufrimiento y la ternura que siente por un ideal.

   El momento de la intuición supera en todo, su instutivismo está al lado del pensar para determinar el instante de la reflexión.  No pocos de sus escritos hablan de esto, formulando deducciones que a él le parecen de lógica rigurosa, y que son más bien de su intuición.

   En otro orden en el del carácter forjado en las luchas diarias de la política ideal por él perseguido siempre, fue un tanto férreo y voluntarioso.   No cedió en la tierra de nadie un paso al adversario.  Ministro omnipotente en la administración de José Santos Zelaya, se solidariza con todos los actos del Gobierno, porque le agradaba la realidad, la objetivación de propósitos,  Y me parece observar en su “Historia de Nicaragua”una canalización de un sistema lo que el escritor Dthley quiere hoy, para conseguir un máximun de verdadera historia: estudiar la fenomenología con la ayuda de las ciencias con el objeto de dar un pronóstico más o menos acertado para el porvenir.  Dice Gámez en la parte final de su proemio:

   Años más tarde, cuando se haya despertado entre nosotros la afición a los estudios históricos, se escribirán tratados mejores que dejarán poco que desear; Entonces, reparando de mis desvelos y fatigas, me consideraré semejante al obscuro obrero que ha agotado sus fuerzas derribando los árboles seculares del bosque para hacer la sementera y que, después de algún tiempo cuando lo mira transformado por la mano del agricultor a quien dejó allanado el terreno, se envanece del progreso que observa y siente algo que lo  llena de gozo y satisfacción.”

  Gámez representa una época leal y caballeresca.  Cuando surgió el embrollo político de la revolución de la Costa Atlántica se habían distanciado Zelaya y Gámez.

  En esa ocasión Gámez permaneció vacilante, con reservas de un resentimiento profundo contra su amigo el Presidente, y escribe una carta en parte seria y otra efusiva por el sentido de amistad.  Gámez no era ya el soldado fuerte del liberalismo por el que tantas batallas sin nombre librara otrora:  vencido Zelaya cayó él también, oscuramente, sin combate, sin gloria final.  Sin sabor de héroe de la libertad.

   Es posible que la antigua fe ya no existiera, o que estuviera aburrida de la tragedia.

  Gámez pertenece a la estirpe nobilísima de una generación.  Entre su producción literaria a la obra excelente que ha de sembrar la fe, es su Historia de Nicaragua, cuando abro ese libro me parece que se extiende en el vasto del aire una bandera de seda que se estremece con la brisa que llega  de la selva.

RAMÓN ROMERO

DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA NACIONAL













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