jueves, 19 de mayo de 2016

El Canal anglo-japonés por José Dolores Gámez

El Canal anglo-japonés por Nicaragua
Por José D. Gámez

Tomado de: Revista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, TOMO III, No. 2, pp. 187-194, Tipografía LA PRENSA, MANAGUA, NICARAGUA—C. A., 1939.
Tomado a su vez de: "La Patria", León, 6 de Julio de 1916.


José Dolores Gámez Guzmán (*1851-+1918) Historiador, periodista y político nicaragüense: Sus padres fueron José Dolores Gámez Torres, pionero de la siembra de café en Nicaragua, y Leonor Guzmán Reyes (salvadoreña)**. De 1878 a 1893 editó el periódico “El Termómetro en la ciudad  de Rivas donde residía, Durante el Gobierno  del Dr. Adán Cárdenas (1883-1887) estuvo exiliado en Guatemala donde participó en el frustrado intento del Gral. Justo Rufino Barrios de unir a Centroamérica  por la fuerza en 1885. En 1888 escribe su famosa “Historia de Nicaragua: desde los tiempos prehistóricos hasta 1860, en sus relaciones con España, México y Centro-América”; escribiendo  además otros textos de historia entre los que se encuentran "Reminiscencias Históricas de la  tierra Centroamericana" e “Historia Moderna de Nicaragua; complemento a mi Historia de Nicaragua”.

Al subir el liberalismo al poder en 1893 acompañó al Gral. José Santos Zelaya (1893-1909) en los ministerios de Guerra, Fomento y Obras Públicas y Relaciones Exteriores e Instrucción Pública.  Al caer Zelaya marchó al exilio en El Salvador, regresando en 1918 poco antes de su muerte. 

El Canal anglo-japonés por Nicaragua
Por José D. Gámez

Mucho se ha hablado en estos últimos días de lo que motivó la intervención filibustera del Gobierno    de los Estados Unidos en los asuntos interiores de Nicaragua; no faltando quiénes la hayan atribuido  a las supuestas inteligencias secretas del presidente don José Santos Zelaya con el Gobierno  del Japón,  para la apertura da un canal marítimo interoceánico por la vía nicaragüense, en competencia  con el de Panamá, las cuales despertaron los celos del Gobierno  de Washington 1.

De acuerdo con esa  suposición, se publicó, hace algunos meses, en un diario de Managua, una especie de leyenda con pretensiones de crónica, que ha sido reproducida por varios otros periódicos de la América Central.  Hay que agregar, sin embargo, en honor de la verdad, qua aquella producción, firmada con el seudónimo Sherlock Holmes, es muy ingeniosa, tiene bastante sal y pimienta y estereotipa, con mano maestra,  los personajes que presenta en acción y las interioridades del palacio presidencial de Managua en  la fecha de los sucesos que refiere.

La leyenda en cuestión, verdadero juguete literario de buen gusto, es, como llevamos dicho, ingeniosa  y divertida, y se asemeja en su estilo a las muy conocidas anécdotas de Sherlock Holmes inglés,1  que corren de mano en mano desde hace algunos años; pero como esa leyenda, con todo su gracejo  puede, con el tiempo, formar tradición y oscurecer la verdad histórica sobre sucesos que interesan a la historia de los países centroamericanos, vamos a rectificarla, diciendo lo que realmente hubo acerca  de ese asunto tan llevado y traído.

Antecedentes

En el año de 1894 era Ministro de Fomento y Obras Públicas, en el gabinete del Presidente Zelaya,  el autor de estas líneas.   Uno de los asuntos que más preocupaban en aquel entonces al Gobierno  de Nicaragua, era la apertura del canal interoceánico a través del istmo nicaragüense, cuya concesión tenía dada, desde hacía  más de quince años, a una compañía americana, representada por el ingeniero americano don Aniceto  G. Menocal 2.

 Esta compañía, que tomó el nombre de Compañía Concesionaria del Canal Interoceánico, formó en seguida otra, compuesta de sus propios miembros, que llamó Compañía Constructora del Canal de Nicaragua, y a la cual encargó de hacer la obra en el tiempo  estipulado en el contrato con el Gobierno y de procurarse fondos con la venta de acciones en diferentes  mercados.

La compañía constructora quedaba obligada, por el traspaso de la concesión, a comenzar los trabajos  de la obra del canal en determinada fecha, y también a tener invertidos en ellos, después de un año  de comenzados, un millón de dólares por lo menos. Para llenar esta segunda condición, cuando el  plazo se acercaba, hizo no sabemos qué arreglos con la quebrada empresa del canal francés por Panamá,  en virtud de los cuales pasaron a San Juan del Norte muchos materiales útiles: herramientas  de trabajo, dragas, locomotoras y máquinas complementarias, todo de segunda mano y a precio de  quema; aforándolo también todo, a la inspección del Gobierno  de Nicaragua, corno artículos nuevos,  de superior calidad. Después, no habiendo encontrado colocación para las acciones puestas a la venta  en los mercados extranjeros, o sea, careciendo de recursos, la empresa americana del Canal por  Nicaragua entró en un periodo de decadencia que llegó a su colmo en 1894. 3

Mientras tanto, el Ministro  diplomático de Nicaragua, residente en Washington, que ocupaba también  asiento en la Junta de Directores de la Compañía Concesionaria del Canal, radicada en Nueva  York, trabajaba a su vez prestándole toda clase de ayuda, de acuerdo con las instrucciones que por  cada correo le llegaban de la Secretaría de Fomento de Nicaragua, encargada exclusivamente de  aquel negociado. Era Ministro  de Nicaragua, residente en Washington, el doctor don Horacio Guzmán 4.  

El doctor Guzmán, condiscípulo y amigo desde la infancia del Ministro de Fomento nicaragüense, se  valía preferentemente de su mediación, para mejor entenderse con el Presidente Zelaya, sin la concurrencia  de los demás miembros del gabinete de Managua.

Durante el año de 1895 escribió Guzmán, confidencialmente, participando que creía perdida en absoluto  toda esperanza de canal por Nicaragua, porque la Compañía Constructora se había presentado  en quiebra, y la Concesionaria escapaba de ser concursada, alegando que era ella una entidad jurídica,  enteramente distinta, y además, acreedora de la constructora, con la cual nada tenía de común:  que con esa argucia había logrado recobrar su concesión; pero que creía muy conveniente a los intereses  de Nicaragua que el Gobierno notificara al agente de dicha compañía, en Managua, la caducidad de la concesión, por falta de cumplimiento a ciertas obligaciones importantes, entre ellas, la de la apertura previa del canal del río Tipitapa, destinado a unir los dos grandes lagos del interior, el cual no había aún comenzado, y cuyo costo se estimaba en cuatrocientos mil dólares.

Al mismo tiempo, y dando como un hecho la terminación del contrato con Menocal, el Ministro  Guzmán sometía a la consideración del Ministro de Fomento, siempre con carácter muy confidencial, la conveniencia de pulsar reservadamente al embajador del Japón en Washington, para averiguar  par su medio si su Gobierno , por sí o por una compañía ad hoc, quería tomar a su cargo aquella obra tan importante.

Se procedió de conformidad con lo que indicaba el Ministro  Guzmán, en lo referente a declarar la caducidad de la concesión otorgada a Menocal; pero en lo tocante a la negociación con el embajador del Japón, no estuvo de acuerdo el Gobierno  de Nicaragua, por considerarla demasiado grave y delicada,  como que ni el presidente Zelaya, cuya indiscreción era proverbial, platicó con nadie del asunto.

Se le escribió así al Ministro Guzmán, y se le llamó la atención sobre las malas consecuencias que podía cosechar Nicaragua si los Estados Unidos sospechaban algo de toda aquella intriga, la cual, por otra parte, no representaba más que una esperanza, tal vez infundada. Se le recomendó, sin embargo, aunque encareciéndole tacto y discreción, que estrechase más sus relaciones de amistad con el  embajador del Japón y que, cuando éstas hubiesen llegado a cierto grado de confianza, le platicara  del asunto como cosa exclusivamente suya y refiriéndose a rumores que hablan llegado vagamente a  sus oídos, sin avanzar más, en caso de buen éxito, sino hasta consultar y recibir instrucciones nuevas.

            Dos meses después informaba el Ministro Guzmán haber procedido con entero arreglo a las instrucciones  recibidas y que el embajador japonés, después de haber mostrado mucho entusiasmo por  un canal japonés por Nicaragua, había consultado confidencialmente con su Gobierno  y quedaba esperando instrucciones.

 Pasados algunos meses más, sin que en Nicaragua ni en los Estados Unidos  hubiese nadie sospechado cosa alguna de aquel trabajo el embajador del Japón informó al Ministro  Guzmán, que su Gobierno  se excusaba por entonces de pensar en el negocio del canal por Nicaragua, por encontrarse a la sazón metido en otros asuntos que le preocupaban.

El incidente relacionado, del cual tuvo oportuno conocimiento el Presidente Zelaya, quedó terminado de absoluto,  con tanto más motivo cuanto que el Gobierno  americano apareció en seguirla gestionando ante el de Nicaragua, para que se le concediere hacer por su cuenta la apertura del Canal.

Años más tarde, el Ministro americano Mr. Merry 5 , suscribía en Managua un contrato con el representante  del Gobierno  de Nicaragua, por el cual obtenía, a nombre del de los Estados Unidos, el privilegio  exclusivo para la apertura y explotación de un canal interoceánico a través del territorio nicaragüense,  mediante cierta remuneración pecuniaria, aunque sin concederle soberanía sobre la faja del  territorio que ocupase. Como esto último era justamente contrario a las instrucciones recibidas por  Mr. Merry, pues exigían el traspaso de soberanía nacional, el Secretario de Estado americano negó su  aprobación al convenio y no hubo más gestiones.

Suena lo del Japón

Antes del último incidente relacionado, durante la corta existencia de la República Mayor de Centroamérica,  allá por el año de 1898, la prensa americana denunció con mucho escándalo una tentativa,  de parte del Ministro de la República mencionada para entenderse con el Gobierno  del Japón, o  sea con su embajador en Washington, acerca de una concesión de canal por el istmo de Nicaragua.  Aquello no era cierto, y pudo tal vez haber sido una vaga resonancia de las antiguas pláticas confidenciales  del Ministro Guzmán, que llegaban confusamente y con mucho retardo a la prensa novelera  de los Estados Unidos. El asunto, sin embargo, metió ruido por algunos días; pero corno nada pudo concretarse, ni descubrirse, perdió su importancia, y poco después durmió el sueño del olvido.

Vuelve a tratarse del canal

A raíz de la celebración del Tratado de Paz de Amapala de 1907 6 , entre los Gobiernos de Nicaragua y  el Salvador, hubo necesidad, por parte del primero, de enviar a México una legación diplomática a  cargo del doctor don Fernando Sánchez 7 . Este, después de haber llenado el objeto de su misión, escribió  confidencialmente al presidente Zelaya avisándole que tenía noticia cierta de que los Gobiernos  de la Gran Bretaña y el Japón pensaban seriamente en tomar a su cargo la empresa de abrir un canal  interoceánico a través del istmo de Nicaragua, que fuera para uso común del comercio universal: que  estimaba aquella como una felicidad para el progreso nacional, y que, si le parecía bien y se le autorizaba  en forma, podría pasar a Washington a tratar del asunto con los embajadores inglés y del Japón.

Era en aquella época Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de Nicaragua el antiguo Ministro  de Fomento de 1894, y fue con él con quien discutió reservadamente el presidente Zelaya la consulta  del Ministro Sánchez, encontrando que estaban conformes en creer que aquel asunto podía  traer conflictos al país de parte del Gobierno  de los Estados Unidos, sin perjuicio de que sería imposible llevar a cabo la negociación, desde el momento en que fuese barruntada en Washington.

Se resolvió,  en consecuencia, contestar al Ministro Sánchez, haciéndole presente la conveniencia de no  tratar por entonces nada del canal, y de ordenar por la Secretaría de Relaciones al Ministro de Nicaragua en Francia e Inglaterra, don Crisanto Medina,8  que pasara en seguida a Londres y procurase relaciones de personal amistad, en tanto cuanto le fuese posible, con el lord Canciller y el embajador del  Japón en aquella Corte, y que una vez logrado esto, se les insinuase con habilidad hasta averiguar  cuánto tenían de cierto los informes que había recibido el Ministro  Sánchez acerca del proyectado canal anglo-japonés; pero todo como una cosa exclusivamente personal, sin referencia alguna al Gobierno   de Nicaragua y basándolo en vagos rumores que había recogido en París.

 Así lo hizo el señor  Medina, trasladándose a Londres por algunas semanas, mientras cumplía con las instrucciones recibidas.  Resultado que se obtuvo: Desde su llegada a Londres, el Ministro Medina, se acercó con frecuencia a las personas que le habían  sido recomendadas, y con más especialidad al embajador del Japón.  Un día que almorzaba con  éste, y en que el champán mantenía de buen humor a los dos amigos y provocaba a la expansión,  aprovechó la oportunidad el diplomático nicaragüense, para llevar la conversación a los rumores que  había oído en Paris acerca de los proyectos anglo-japoneses de abrir un canal interoceánico por Nicaragua, para servicio de todas las naciones; rumores que, agregó, le agradaría saber si tenían algún  fundamento, pues como representante de aquel país, se interesaba por todo cuanto con él se relacionaba.

El embajador del Japón, hasta entonces jovial y expansivo, cambió súbitamente y, sin poder ocultar su alarma. dijo al señor Medina que tales rumores eran absurdos, pues el Gobierno  del Japón tenía en ese momentos el mayor interés en hacerse grato a los Estados Unidos y merecer su confianza, porque necesitaba de su amistad para la resolución de algunos asuntos de más importancia para su patria, y que, por lo mismo, no podía pensar siquiera en empresas que no fueran de su agrado y con su acuerdo previo: que la apertura de un canal por Nicaragua seria siempre una competencia para el canal de Panamá, en la cual no podría tomar parte nunca el Gobierno  japonés. El Ministro Medina procuró calmar la nerviosidad de su imperial colega y de borrarle la mala impresión, asegurándole que su pregunta habla sido una mera oficiosidad suya enteramente desautorizada; y mudó de conversación.

Con el lord Canciller inglés no fue más afortunado el Ministro Medina.  Aleccionado por la experiencia  reciente, fue más cauto, y se valió de más rodeos para tratar del asunte, pero el Canciller fue franco  y terminante en declararle, como el embajador japonés: que los rumores que le refería los consideraba absurdos, porque Inglaterra, aliada a los Estados Unidos por vínculos de sangre, procuraba  siempre la mejor armonía con ellos y les había dejado, en absoluto todos los asuntos que se relacionaran  con los intereses del Nuevo Continente: que en esa virtud no haría cosa que no fuese de su  agrado, especialmente en asuntos de canal, en que tan interesado estaba el Gobierno  americano.

Todo aquello no tenía en si mayor importancia; pero la suspicacia japonesa fue más allá y quiso ver en la conversación amistosa y enteramente particular del Ministro Medina, el deseo del Gobierno  de Nicaragua de tratar con el Gobierno  del Japón la apertura del canal.  Así lo comunicó a su Gobierno  el embajador en Londres, y parece que de Tokio se dijo algo en ese sentido a la embajada en Washington, para que lo hiciese valer en ocasión oportuna.

Tres años después, en 1910, Mr. Philander Knox,9 el conocido "Enano del Capitolio" buscaba pretextos con que intervenir en Nicaragua y desarrollar más grandes combinaciones de la Diplomacia del Dólar que, como es bien sabido, tenían por objeto el saqueo de un pueblo débil. Fue entonces cuando  principió a rumorarse lo del canal anglo-japonés, y aun se dice que se valió de ello Mr. Knox, para  arrastrar al gabinete de Washington hacia su tortuosa política de cínicos atropellos a la independencia y soberanía de un pueblo hermano, cuya debilidad le aseguraba de quedar impune y del  éxito que obtuvo.


San Salvador, 11 de agosto de 1913.
Jose D. Gámez.
(De "La Patria", León, 6 de Julio de 1916).

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 *Las notas fueron puestas por el autor y por Mario H. Castellón, biznieto del anterior.
**(Nota de M.H.C: Doña Leonor Guzmán Reyes, era nicaragüense nacida en Granada, hija del que fuera posteriormente del salvadoreño y futuro Presidente de su País de 1842 a 1844, Juan José Guzmán, apodado Pico de Oro por su elocuencia).

1 Zelaya was regarded with suspicion abroad. His imperialistic ambitions in Central America, as well as his vocal rebukes  of United States intervention and influence in Central America, won him little support. Zelaya's nationalist anti-United States stance drove him to call upon the Germans and Japanese to compete with the United States for rights to a canal  route.  (Zelaya era considerado con cautela en el extranjero. Sus ambiciones imperialistas en Centro América, así como sus denuncias de las intervenciones y de la influencia de los Estados Unidos en Centro América le restaron mucho apoyo. La posición nacionalista y anti-norteamericana de Zelaya lo llevaron a invitar a los alemanes y japoneses a competir  con los Estados Unidos por los derechos a construir un canal) [Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos: “A  Country Study: Nicaragua”, lcweb2.loc.gov/frd/cs/nitoc.html]  Ver también: Karl Bermann, “Under the Big Stick: Nicaragua and the United States since 1848”, p. 137, Boston, 1986  47

2 Aniceto García Menocal (*1832-+1908). Cubano de origen, tío carnal del Presidente de Cuba Mario García Menocal. Se graduó de Ingenierio Civil en los Estados (Instituto Politécnico de Rensseleer, en Troy, New York). Fue ingeniero de  la Marina de Guerra de los Estados Unidos, consultor del Departamento de Marina de ese país y jefe del “Navy Yard”  de la Marina de Guerra norteamericana en la ciudad de Washington. En 1872, 1875 y 1885 participó en expediciones de  exploración para determinar la factibilidad de construir un canal interoceánico por Nicaragua bajo el auspicio de la Marina de Guerra de los Estados Unidos. En 1880 consiguió una primera concesión para construir un canal por Nicaragua la cual estuvo vigente hasta 1884. En 1887 consiguió Menocal una nueva concesión para la construcción del canal adquiriendo para ello equipos usados por la compañía de de Lesseps en Panamá incluyendo seis dragas que todavía pueden  verse en estado de total deterioro sobre el río San Juan. Este esfuerzo fracasó en 1890 porque la Compañía formada al efecto no pudo conseguir suficiente financiamiento, ni el apoyo del Gobierno  de los Estados Unidos.

3 Tanto el Presidente Zelaya como su mencionado Ministro de Fomento, se mostraban partidarios  acérrimos de la obra del canal nicaragüense, y estaban dispuestos a hacer por ella cuanto les fuese  posible, con entera prescindencia de cuestiones políticas, de personas y lugares.  Ver: The New York Times: “Nicaragua Canal”, February 7, 1892. Los enemigos de la Compañía- Concesionaria (porque los tenía muy poderosos en los Estados Unidos),  trabajaban, mientras tanto, en contra de la idea del canal por Nicaragua, demostrando la imposibilidad  en que se hallaba la Compañía Constructora para llenar sus compromisos y el descrédito en  que habla caído. Aseguraban, además, que mientras existiera la concesión a Menocal, la obra no podría  realizarse por otras compañías poderosas que estaban listas, ni aun por el propio Gobierno  de los  Estados Unidos que se mostraba deseoso de ser el empresario.

4 Personaje  inteligentísimo, sagaz y muy interesado en la apertura del canal, que consideraba como la mayor felicidad  para Centroamérica en general, y para Nicaragua en especial.  Horacio Guzmán Selva (1848-1901). Hijo del presidente Fernando Guzmán (1867-1871) y doña Fernanda Selva Estrada;  nieto del Jefe de Estado don Silvestre Selva (1844). Se graduó de medicina en la Universidad de Pensilvania, ejerciendo  por un tiempo en Nicaragua donde también se dedicó al periodismo. Fue nombrado Ministro de Nicaragua ante el  Gobierno  de los Estados Unidos por el Presidente Evaristo Carazo (1887-1889) en 1887, tocándole negociar el asunto de  límites con Costa Rica en el arbitraje ante el Presidente Grover Cleveland. Ocupó ese cargo hasta 1897 ya en tiempos del Gral. Zelaya. En 1901 fue Secretario de la Unión Panamericana en Washington, ciudad donde murió en 1901. Fue hermano, del periodista escritor y político Enrique Guzmán Selva.

5 William L. Merry (1842-1911), fue presidente de la Cámara de Comercio de San Francisco, California. En 1892 fungía como Agente en los Estados Unidos de la Compañía Constructora del Canal de Nicaragua de Aniceto G. Menocal.  Fue  nombrado en 1897 Ministro de los Estados Unidos ante los Gobiernos de Costa Rica, El Salvador y Nicaragua, posición  que ocupó hasta 1907 en El Salvador, 1908 en Nicaragua y hasta poco antes de su muerte en 1911 en Costa Rica. Considerado  como de opinión favorable hacia el Gral. Zelaya.

6 Como una consecuencia de la guerra con Honduras de 1894, se realizó un ensayo unionista a través del “Tratado de Amapala” suscrito el 20 de junio de 1895 entre los presidentes de El Salvador, Rafael Gutiérrez, Honduras, Policarpo Bonilla, y Nicaragua, José Santos Zelaya, que resultó en lo que se llamó la República Mayor de Centro América. Este fue un tímido intento por lograr la unión de Centro América, que no contó con el apoyo de Costa Rica y Guatemala. La  República Mayor de Centro América fue de corta duración; se disolvió en noviembre de 1898 al ser derrocado el Gral.  Gutiérrez de la presidencia de El Salvador Ver: a) Ramón Ignacio Matus: “Revoluciones contra Zelaya, 1893-1899”, Revista Conservadora, Nºs 19 al 21 (Separata),  p. 7, Managua, 1962. b) Aldo Díaz Lacayo: “Gobernantes de Nicaragua, (1821-1956)”, p. 101, Aldilá Editor, Managua,  1996. c) Enrique Belli Cortés: “50 Años de Vida Republicana, 1859-1909”, pp. 263-270, 285-289; Managua, 1998. d)  The New York Times: “Affairs in Nicaragua”, November 2, 1897.

7 Fernando Sánchez Reyes (*1848-+1926). Nacido en Jinotepe, estudio Derecho en la Universidad de León y en la Universidad  de San Salvador. Salió al exilio en 1869 tras participar en la revolución de los generales Máximo Jerez y Tomás  Martínez contra el presidente Fernando Guzmán. Participó también con Jerez en La Falange de 1876 contra el Gobierno  de don Pedro Joaquín Chamorro(1875-1879).  Fue Ministro en el Gobierno del Dr. Roberto Sacasa (1889-1893) y luego también lo fue de Relaciones e Instrucción Pública de diciembre de 1899 a junio de 1903 en el Gobierno del Gral. Zelaya.  De 1903 a 1909 fue miembro del Congreso del cual fue Presidente. Participó en varias misiones diplomáticas a Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, México y Venezuela. Al caer Zelaya se retiró a León a atender sus cuantiosos intereses económicos.

8 Crisanto Medina Salazar (*1839-+1911). Nació en Chinandega el 17 de marzo de 1839 y murió en París el 7 de diciembre  de 1811. Fue Ministro de Nicaragua ante Francia, Gran Bretaña y España. También representó a otros países de  Centroamérica. Fue el representante de Nicaragua ante el Rey Alfonso XIII de España en el proceso arbitral de límites frente a Honduras e intervino también a favor de Nicaragua ante el presidente de Francia Emile Loubet en el proceso  arbitral de límites entre Costa Rica y Colombia. Entre sus escritos sobre temas nicaragüenses se cuentan “Nicaragua en 1900” y “El Canal de Nicaragua y el porvenir de Centroamérica”.

9 Philander Knox (*1853-+1921). Nacio en Brownsville, Pensilvania. Estudio Derecho en Mount Union College graduándose de abogado en 1872. Ingresó a la Barra en 1875 y tuvo una brillante carrera hasta alcanzar la presidencia de la  Asociación de Abogados de Pensilvania. Knox fue abogado de importantes conglomerados industriales y financieros de los  Estados Unidos como Carnegie y Morgan, Procurador General de los Estados Unidos de 1901 a 1904, y senador por  Pensilvania de 1904 a 1909 y de nuevo de 1917 a 1921. Fue Secretario de Estado (1909-1913) del presidente William  Howard Taft. Desde que asumió la nueva administración de Taft y su Secretario de Estado Knox, adoptó un enfoque más agresivo hacia el Gobierno  de Nicaragua, aduciendo que Zelaya tenía un efecto desestabilizador en la región centroamericana que culminó con la caída de este como efecto de la nota Knox.













TRADICIONES NICARAGUENSES POR JOSE DOLORES GAMEZ

TRADICIONES  NICARAGÜENSES. Por: José Dolores Gámez. En: La PatriaPublicación quincenal: Letras, Ciencias y Artes. Año XXI., León, 31 de mayo de 1916. Tomo VIII.. 

(Los pies de páginas explicativos fueron puestos por el Dr.  Mario Hildebrando Castellón Duarte, biznieto del autor)      

El también… come maíz como nosotros

UNA CAPITAL DE CIRCUNSTANCIAS

En la política administrativa de España para con sus colonias, entró siempre dándole un color medieval, el conocido principio maquiavélico de “dividir para mandar”. Era éste el fuerte político más saliente de aquella gran nación, y lo aplicaba siempre con maternal solicitud colonizadora, en todas las ocasiones de la vida pública indo-latina, aun cuando sólo se tratase de congregaciones frailunas, donde las peloteras fueron el pan cotidiano del convento.

La antigua provincia de León, que al romper su crisálida colonial apareció convertida en Estado soberano de Nicaragua, no tuvo ni tenía por qué ser exentada de aquella ley general de buen gobierno español; y fue así como una mitad de la referida provincia, con la ciudad de León a la cabeza, vivió constantemente a la greña con la otra mitad, que era a su vez llevada de las narices por la muy noble ciudad de Granada, toco[i] de la aristocracia de panela[ii] de aquel entonces; mientras de la cuerda tiraban por lo bajo las autoridades coloniales y mucho reverendos de cerquillo y sandalia, que a la sombra del mongil (sic) capucho atizaban la hoguera con divino modo. Aquel zipizape[iii] regional dio por resultado que, al convertirse la provincia nicaragüense en estado libre, las dos rivales de antaño se disputasen ogaño, y a sangre y fuego, el honor de ser la capital de la incipiente nación; honor que correspondía a León por derecho de primogenitura  y por ser asiento de la silla episcopal; pero que lo quería para sí Granada por razones de constantes, sonantes y de retintín, íntimas y familiares de doña Blanca de Castilla[iv], la famosa consorte europea del campante Pisto americano, que en todo tiempo ha sido poderoso don señor de este mundo de jolgorio.

Hubo, pues, con tal motivo, pelotera y media para muchos años y para toda la ex provincia de jolgorio. Aquel andar siempre a la greña de las dos prepotentes ciudades nicas, trajo también sañudos odios y fieras degollinas[v] que recordaron por su intensidad los tradicionales de la vieja Italia; siendo cosa de verse y admirarse, según el popular decir, como aquellos dos pueblos hermanos y gemelos, que comulgaban en una misma parroquia, coincidían casi con exactitud matemática en apreciarse recíprocamente mal y en tener uno de otro el peor anticristiano concepto; diciéndose en León cosas tan feas y zocas[vi] de los granadinos, como en Granada de los leoneses, y resultando, según aquel sentir apasionado de unos y otros, que todos los hijos de la común tierruca traían consigo, desde el vientre de sus madres, el atavismo de los vicios y los crímenes, los desarrollaban con la edad, se encenegaban en ellos y los legaban a sus descendientes. – Esto, por supuesto, no era verdad, ni tenía tampoco para qué decirse; pero lo creían a puño cerrado los leoneses de los granadinos, y éstos y sus hijos de los leoneses, sin que hubiese modo de que rebajasen un ápice, ni menos de apearlos del lomo de aquel burro patizambo; desde luego que creían firmemente, con aquella fe del carbonero tan recomendada por el Evangelio  y la cual, como es bien sabido, cuando impera en el corazón del hombre, petrifica el cráneo y hace salir de estampida a la razón, temerosa  de ser linchada a estilo yanquilandés[vii].

Pasaron después algunos años, vinieron en seguida otros y  en uno de éstos le cayó el número premiado de la lotería política, al infeliz villorio de Managua que se alzaba risueño sobre las playas del agitado Xolotlán, en el propio lugar que en siglos anteriores existió la célebre Imabite de los nagrandanos, número premiado, decimos porque sin pedirlo, ni tampoco merecerlo, fue de improviso elevado al rango de capital ad litem[viii], por acuerdo supremo del patriarcal y púdico gobierno de don Laureano Pineda, honradísimo licurgo de allende el río Gil González, que diz que puso una pica en Flandes[ix] al solucionar de este modo, con salomónico estilo, las diferencias políticos-regionales de León y Granada. Estas poderosas señoras se encontraron, mal de su grado y de la noche a la mañana, con que casi a igual distancia de sus respectivas poblaciones surgía ya la codiciada capital; pero tan sietemesina y cicatera, que en vez de aguijarles la envidia, les provocó a risa. Convenían ambas, sin embargo, en que los tiempos habían cambiado mucho y que no debían andar muy lejos el Anticristo, puesto que el porrrazo les llegaba de donde menos lo esperaban, de mano de aquel don Laureano inmaculado y con tantas jaculatorias, de quien hasta se decía que manaba agua bendita como la peña de la Virgen de Lourdes. Pero fue lo cierto del caso que, a pesar de ser chingo, el bueno de don Laureano, coleó, y su colazo resultó tan bien dado, como que León y Granada no volvieron a decir “esta boca es mía” en materia de capitolio,  y dejaron de pensar en el alto y lucrativo honor que antes codiciaron y que entonces consideraban deslustrado y poco apetitoso, por el hecho solo de haber sido discernido a una cenicienta como Managua.

Transcurrido varios meses de aquel ruidoso suceso, y en uno de los días del mes de septiembre de 1853, amaneció de gala la humildísima capital del entonces Estado Soberano de Nicaragua. Decíase en corros y plazas que aquella novedad era motivada por la próxima llegada de cierto gamonal[x] extranjero, de talla política colosal en el servicio diplomático del país, y que, tanto el gobierno como el pueblo se preparaban para recibirlo en aquel día con republicana pompa.

Managua contaba un año próximamente de ser la ciudad capital de Nicaragua sin que, a pesar de su deslumbrante título, hubiese dejado de ser tampoco la cenicienta de marras, especie de bebé capitalino o de algo que iba a la vanguardia de la peoría[xi] de las poblaciones noveles de la América Central, así por su ardiente clima y otros adefesios naturales, como por su carencia, en más de las tres cuartas partes de la ciudad de edificios entejados: tenía además calles barrancosas y polvorientas, chozas que no estaban alineadas, atmósfera que no olía a rosas y ni azucenas y, por añadidura, una población compuesta en su casi totalidad, de zambos desgarbados y gañanes mostrencos: era también la bendita ciudad un criadero permanente de cerdos, cabros, perros y aves de corral, que recorrían la vía pública en amigable consorcio, haciéndose el amor, cada especie por su lado, en lo más limpio y visible, dejando señalado su paso con materias poco urbanas, nada aromáticas y de ningún atractivo para los transeúntes. Esto sin contar con que el alumbrado vecinal, cuando no había luna, se hacía para las calles por rústicas velas de sebo, de las de a doce por un real, encerradas en linternas de pellejillo de res y colgadas a las puertas exteriores durante las dos primeras horas de la noche.

La novel capital no estaba empero, tan dejada de la mano de Dios que digamos, pues tenía la llamada Casa de Gobierno o Palacio Nacional más tarde, edificio de tapanco[xii] con corredor sobre la plaza mayor; la de la Soberana Asamblea, que se hallaba al frente, calle de por medio, y una que otra casuca de tejas sobre horcones que se destacaban entre las chozas primitivas como el sol entre las nubes.

En cambio, la sociedad nicaragüense o managüeña, había mejorado sensiblemente durante los pocos meses que llevaba de ser Director Supremo del Estado el señor general don Fruto Chamorro. Don Fruto, en singular, como diz que (sic) se firmaba y era llamado el bueno del señor (y no Frutos en plural como lo pretenden su empingorotados descendientes y los nietos de sus admiradores y copartidarios), fue un chapín de apellido Pérez, primo hermano uterino de cierto famoso Sixto del propio nombre de familia. nacido y criado no sabemos si en el Guarda Viejo o en la Parroquia Antigua de la Nueva Guatemala, en condiciones bastante humildes; pero que no impidieron, sin embargo, que al llegar más tarde a Nicaragua dejase de ser Pérez para llamarse Chamorro e introducir mejoras en todo cuanto le rodeaba, como que provenía de donde la gente era más leída y bien educada. Fue así como en los días de su apogeo y  buena fortuna que le salieron al encuentro, porque (sic) en tierra de ciegos un tuerto es rey, mantuvo el salón de recibo del Ejecutivo y la oficina de su despacho con algo de más decencia y limpieza que sus antecesores; llevando su amor al ornato hasta colocar monumentales escaños de madera, pintados de verde esmeralda, a lo largo de los corredores interiores, a guisa de regios sofás, para que gozase de ellos el público cortesano, en falta de antesala; y aunque es pública voz y fama que aquel gobernante, de leyenda tarasconense, no se separó nunca de la tradicional chaqueta de la plebe de su nativo pueblo, ni de los zapatos orejones clavados de cuero tapeteado, llamados polainas, que usaban los provinciales de Nicaragua, es lo cierto que en los grandes días cambiaba de chaqueta por el frac, sin mudarse el calzado ni menos el sombrero de pita de grandes alas que usaba a diario.

Y ya que hablamos de la Administración gubernativa de Su Excelencia el señor don Fruto, diremos, que para no perder la costumbre de politiquear un poco, que ella formó época memorable en los anales de la tierra de los lagos, inauguró la dinastía Chamorro que marcó nuevos rumbos a la nave del Estado, y fue para Nicaragua algo así como la casa de Trastamara[xiii] para el reino de Castilla, por cuanto levantó a los hijos bastardos sobre los legítimos, y a las personas forasteras sobre los vecinos del lugar, sirviendo además de tronco genealógico a una tribu de pretendientes a la sangre azul en suelo republicano. Chamorro I es hasta hoy objeto de discusión histórica en el pedazo de tierra centroamericana en que se hizo gente, y no es de este lugar traer a cuento las apreciaciones encontradas que de su alta personalidad política hacen, como si dijéramos, los moros y cristianos del pinolero suelo, porque si hemos tocado con ella, no ha sido más que por mera incidencia, o sea por pura carambola.

Suele ser el mes de septiembre en los países tropicales, el mes de la lluvia constante y de los torrenciales aguaceros; más en la fecha de que venimos haciendo referencia, no sólo no hubo lluvia, sino que el día estuvo alumbrado por un sol que brillaba como en el verano y tan ardiente que podía levantar ampollas en la cabeza de cualquier calvo que descuidase el sombrero. Las calles de la capital estaban, sin embargo, barridas y bien lavadas por las corrientes diluviales que descendían de las dos sierras inmediatas, teniendo solamente de incorrectas en aquella ocasión, los numerosos baches formados por las mismas corrientes, y las basuras de diferentes clases en ellas estancadas y las cuales, cuando no eran arrastradas al lago de Xolotlán por las aguas del invierno, solían ser recogidas en principios del verano, amontonadas en las boca-calles y quemadas con lujo de humo por los presidiarios, mientras los zopilotes, a diario, se encargaban patriótica y permanentemente.  del resto la policía local  en lo tocante a las materias animales y sustancias excrementosas tiradas a la calle por todo hijo de buen vecino, sin distinción de clase ni sexo.

En el memorable día de nuestra relación amaneció el presidio barriendo la calle real o de la entrada, la cual regó después baldeándola con agua del lago y adornó con numerosos tallos de plátano amarrados a estacas sembradas a trecho en uno y otro lado de la calle y envueltas en su parte baja con pacayales, que les daban  el aspecto de matones, en cuyo centro se elevaba el tallo. Además, en todas las puertas exteriores de las casas y chozas del tránsito se veían desplegados a modo de banderas y estandartes, algunos liensos (sic) de uso doméstico y de colores vivos, que mecía el viento. La ciudad estaba en carácter  y lucía su extraordinaria gala.
UN TOPE CAJONERO

Muchos de nuestros lectores quizá no sepan lo que es un tope en tierra nicaragüense, porque esa palabra muy castiza y legítima en diferentes acepciones del idioma castellano, en el sentido de obstáculo o tropiezo, se aplica por allá al encuentro o recibimiento al aire libre, por lo regular bullicioso, que varios individuos o una multitud hacen a alguna persona, corporación, imagen o cosa que llega y que se cree necesario festejar. 

Descuella entre los topes populares el que se hace a los toros cuando son llevados por primera vez al toril, el de algunas imágenes que salen en procesión de las afueras del pueblo y el de las autoridades y los empleados y  vecinos cuando llega algún elevado funcionario. Suele en Nicaragua, como en los demás países de la América española, hablarse incorrectamente el idioma de Castilla, desfigurándolo o usando de provincialismo sui generis, y si bien parece ser cierto que en aquella ex colonia centroamericana en que fueron descubiertos el pinol y el tiste por el famoso cronista Oviedo y Valdés, no han tomado aún carta de naturaleza la loza ni la premiación chapinas, ni fungen allá los empleados, ni son fuertísimos como en la antigua capitanía general, en cambio hay un seleque y un tilinte, un amigo y un motete que dejan turulato al más pintado.

Para el solemne recibimiento del diplomático anunciado en Managua, que había salido muy temprano de Masaya, caballero en briosa mula, hubo que organizar un tope de jinetes, previamente invitados por el señor jefe político para ir hasta una legua fuera del lugar a recibirlo oficialmente sobre el camino real.  El disparo de una pieza de artillería fue la señal convenida para reunirse en la extensa plaza principal, de donde salió en seguida el tope a todo escape, lanzando alegres vociferaciones hasta llegar a un punto del camino de Masaya en que la carretera se bifurcaba. Se hizo allí alto debajo de un árbol frondoso, desmontáronse los jinetes, ataron sus caballerías a los troncos inmediatos  y después con bulliciosa algazara, sacaron a relucir los cachos que portaban.

En aquellos buenos tiempos, aun entre los mismos del coloniaje español, eran muy escasas las limetas, (el envase de vidrio de entonces),  y además muy grandes e incómodas para ser llevadas en el bolsillo o colgadas de un tahalí o cuerda en esa forma. Por tal motivo y para conciliar la necesidad con la buena apariencia, fue inventado el cacho, que servía con ventaja en lugar de la limeta y se prestaba más para ser llevado colgante del hombro y hasta de la cintura, lleno de la aromática cususa o agua de las verdes matas del viajero colonial.

El cacho no era otra cosa que la conocida vasija americana de cuerno, bien pulida y barnizada exteriormente, con boquilla, asidero y extremidades de plata, la cual llevaba tapado su fondo o parte ancha, y abierto el otro extremo por donde se llenaba. Se la consideraba un adminículo indispensable a todo individuo de la nobleza lugareña, que existía entonces en algunos pueblos y la cual se distinguía de sus coterráneos por el olor de su piel.

Hablar de nobleza en Nicaragua, que es tierra de guanasía según el sentir chapín, parecerá cosa de broma, cuando historiadores tan respetables como el Maestro Montúfar, niegan su existencia hasta en Guatemala; pero en realidad de verdad, ni el citado maestro ni los demás del oficio, que tal cosa han sostenido, se han tomado el trabajo de hojear la Recopilación DE INDIAS, en cuya ley 6ª y libro IV se dispone: “que para honrar las personas, hijos y descendientes legítimos de los que se obligaren a hacer la población, y la hubieren acabado y cumplido su asiento, se les declare hijosdalgo de solar conocido, para que en aquella población y otras cualesquiera partes de las Indias sean tenido por tales hidalgos y por personas nobles de linaje, concediéndoles todas las honras y preeminencias que debían haber y gozaban todos los hijosdalgo y caballeros de Castilla, según fuero, leyes  y costumbres de España”. Tuvimos pues, los centroamericanos, nuestros nobles legitimados por la ley española, y con más humos y tufos que los legítimos de la Península, a los que los pirujos[xiv] apodaron nobles de panela, para mejor distinguirlos. Pero en Nicaragua, en donde las ideas de emancipación y libertad llegaron a hacer odioso todo cuanto olía a nobleza y distinciones de casta, hubo que arrinconar los linajudos blasones después de 1821; sin que esto obstaculizase más tarde, a muchos morenitos, hijos o descendientes de antiguos siervos para sacudirles el polvo y adornarse con ellos a estilo de carnaval y a la sombra de gobiernos conservadores, fanáticos coleccionistas de todo andrajo colonial.

El uso del cacho en 1853 se había generalizado tanto como que lo llevaban hasta los arrieros en lugar de calabaza, lleno como siempre del ardiente líquido, al que en la prosa plebeya se llamaba guaro en vez de cususa. Se empinaba corrientemente el cacho cada media hora, y servía para contar las leguas del camino llamadas leguas de cacho en el lenguaje vulgar, que resultaban muy largas.

Al correr del tiempo un núcleo de ancianos y gente poderosa del partido tradicionalista ultramontano, ó sea conservador pinolerísimo de la lacustre tierra, fue llamado también cacho en 1878, por un periódico de Granada; nombre que gustó mucho a los agraciados y que tardó poco en hacerse extensivo a toda la agrupación conservadora. Ignoramos sí para tan pencona designación se tomó o no en cuenta el antiguo adminículo de la nobleza caballeril, a cuyos miembros llamaban desde tiempo inmemorial los cachudos, no porque sus costillas hubiesen cometido la ingratitud de quemarles las piernas, que ya eso sería otro cantar, sino por los hatos bien repletos de ganado vacuno en que basaban su fiera altivez.

Volvamos empero a nuestra interrumpida narración.

Los caballeros del tope no tuvieron que aguardar mucho tiempo debajo del árbol de parada, porque a poco se vio llegar a otro grupo de montados, que se acercaba por el lado opuesto del camino, y que fue recibido con entusiastas aclamaciones al Excelentísimo señor Ministro diplomático de Nicaragua en las cortes extranjeras, ilustre caballero español don José de Marcoleta, que era justamente el gamonal esperado.

Don José de Marcoleta fue un hidalgo español pur sang, que prestó servicios importantes a Nicaragua ante las cortes de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de América, durante la famosa cuestión inglesa, o sea durante aquel período terrible para Nicaragua y Honduras, cuando la garra del leopardo inglés se posó sobre la costa atlántica de ambos estados con el cínico pretexto de asegurar el trono mosquito a una monarquía salvaje y de su invención. A esos títulos agregaba el señor de Marcoleta los de su sangre azul española y la fama de su nombre.

Tendría el distinguido huésped, cosa de cuarenta a cuarenta y cinco años de edad; …. no es enjuto de carnes, blanco, pelinegro, de rostro entre largo y ovalado, barba rapada a estilo de torero, ojos vivos de mirada intensa y con más ventolera[xv] en la cabeza que la pudo haber tenido el celebérrimo Preste Juan de las Indias[xvi]. Don José, cual misionero entre caribes, alargó desde a caballo, su diestra enguantada, con marcado aire de protección, a todos los presentes a estilo de real besamanos para los nicas de entonces, como los de ahora, que entendían poco de ceremonias y etiquetas cortesanas, se la estrecharon a usanza nacional de confianza, haciendo un lío a modo de sándwich con la mano del Ministro y las dos que la oprimían con cariñoso entusiasmo. Seguidamente se dio la orden de continuar la marcha y todos juntos, después de haber acariciado los cachos se encaminaron hacia Managua.

En la entrada de la novel capital esperaban, en grupo compacto (sic), el Director Supremo del Estado, sus Ministros, los miembros del Ayuntamiento, el señor cura y vicario de la parroquia managüense y otros cuantos empleados y vecinos de ínfulas y campanillas. Fue de nuevo recibido el señor Marcoleta con las ruidosas aclamaciones de uso y  costumbre, al mismo tiempo era saludado de la plaza por los estampidos del cañón y el repiqueteo de las campanas, mientras la tropa veterana, formada a lo largo del camino, presentaba las armas y tocaba diana con sus clarines y tambores, y los vecinos atronaban el aire con bombas pirotécnicas y cohetes voladores. El pueblo, en el entretanto, vestido de gala con su traje dominguero, se agolpaba en las bocacalles del tránsito, ansioso de ver el tope, en el que, así que pasaba, se ponía a retaguardia, aumentando el grupo y gritando y riendo a más y mejor.

Tal fue como se recibió en la capital del Estado a nuestro primer Ministro y muy castellano diplomático ante las cortes de Europa en la infancia de nuestra vida independiente.

EL BANQUETE

Tanto por l᾽honore come per il piacere según el decir de un súbdito macarrónico[xvii] establecido en Granada, se hallaron todos los nicaragüenses,  y en especial los vecinos de Managua, empeñados en agasajar del mejor modo posible al excelentísimo señor y huésped, del que se mostraban prendadísimos, no tanto por los servicios que había prestado al país, como por tratarse de un noble español legítimo, sin pringue de panela, hecho y derecho, pinto y parado, de la más pura hidalguía de Castilla y de León, cosa no vista ni en los tiempos de la colonia, y de la cual teníamos apenas una idea vaga por la tradición de nuestros mayores en edad, saber y gobierno. – Hasta allí todo iba bien; pero cuando se trató de poner en práctica los deseos populares, se tropezó con dificultades mayúsculas.

Pensar, como quería el Ministro de Relaciones Exteriores, en dar una gran recepción oficial. ¿Cómo, de qué manera, tratándose de un pueblo en que no se conocía la sociedad de buen tono?
¿En un suntuoso baile en la Casa de Gobierno, como pedía la juventud masculina? –Ni para imaginarlo siquiera, desde luego que sin campanas no es posible repicar.

¿Por qué no pensar en un te-champán a estilo anglo-francés, como se estila en el día? dirán los lectores. –Porque en aquel tiempo nadie tenía noticia de eso y, además, estaba reputado el té, como droga medicinal específica para sudar calenturas y aflojar el catarro, y champán no se conocía ni de nombre. –La hora presente de servir un té era la misma pretérita en que se servía la siesta con sabroso tibio de pinolmaduro hornado y cuajada fresca de leche, que de seguro no habría sido del gusto del diplomático español.

Hubo, pues, que optar por lo único posible en aquellas circunstancias, por una comilona del tiempo de Mari-Castaña[xviii], a la que se le dio el nombre de banquete, y fue servida con ostentosa decoración ornamental en el salón de un altillo correspondiente a la modesta casa que hasta hace pocos años existió en la calle de San Miguel, (hoy de Martínez), en el lugar en que se levanta actualmente la hermosa Escuela Normal de Señoritas. –Circularon invitaciones, manuscritas unas y verbales otras, al elemento oficial, a uno que otro personaje político, para las cuatro de la tarde del día señalado, y a esa hora principió el festín con todo el rigor de la etiqueta gomosa y  estirada del tiempo de la colonia española.

Una comisión de honor pasó a llevar al obsequiado, que estuvo puntual, así como también los invitados, presentándose todos trajeados diplomáticamente al estilo de la época, o sea, vistiendo de frac negro de cuello alto doblado sobre la nuca, solapas anchas y mangas estrechas; camisa blanca de cuello parado a la altura de las orejas, sobre el cual daba tres vueltas una ancha corbata negra terminada en lazo; chaleco blanco de raso labrado con botones dorados; calzones negros y apretados, y sobre la cabeza, monumental chistera del tiempo de la redentoras Cortes de Cádiz.

No era la cocina nicaragüense cosa que valga la pena de recordarse, y ni aquella ocasión ni en otras anteriores pudo alcanzar el honor de que se anunciaran sus platos por medio de lista. Por lo tanto, de aquella comida sin menú sólo queda un recuerdo, que es justamente el que pasamos a referir.

Costumbre abolenga y de muy buen tono fue en nuestros tiempos pretéritos, la de narrar cuentos y leyendas anecdóticas a la hora de las sobremesa, o sea de los postres, en sustitución de los empalagosos brindis  y espiches de la época moderna. Aquellas narraciones era lo que más halagaba a la concurrencia, y también lo más apetitoso y saboreado en tales reuniones, y no sin motivo, porque los que las hacían, que encontraban un campo abonado para lucir su ingenio y manejar con galanura la sátira, las condimentaban con sal y pimienta y despertaban el entusiasmo y la hilaridad en su auditorio.

Tanto los convidados al banquete del señor Marcoleta como la muchedumbre que atisbaba en las puertas, parecían hechos todo orejas, listos para no perder ni una palabra del sabroso cuento chapetón con que se solazaban de antemano.

Desde el comienzo de la comida se mantuvieron fijas sobre el señor de Marcoleta las miradas de los comensales, observando atentamente cómo se servía los manjares y se manejaba en aquella ocasión en que se trataba de diplomacia y alta etiqueta poco conocidas de todos los presentes. Si don José tomaba la cuchara con la mano derecha y la llevaba de punta a la boca, todos empuñaban la suya con la misma mano y la apuntaban en igual dirección, si agarraba el tenedor, se llevaba el vaso a los labios, se limpiaba con la servilleta o bajaba la cabeza, la concurrencia repetía fiel y automáticamente cuanto le veía hacer. Marcoleta, a quien no le faltaba perspicacia, se dio buena cuenta de lo que pasaba a su derredor; pero lo encontró natural, dado el alto concepto que tenía de sí mismo y el pobrísimo que se había formado de toda la gente centroamericana.

Por fin llegó la hora de los ansiados postres. El excelentísimo señor Ministro Marcoleta continuaba aun engullendo pausada y calladamente, pareciendo como que vagaba su mente  por entre viejos recuerdos; pero la impaciencia general era mucha por oírlo, y se encargó de bajarlo de las elevadas regiones en que mentalmente se hallaba uno de los comensales que ocupaba lugar inmediato al de los personajes gubernativos, el cual se hacía notar por su desatino en el vestido, como que tenía abrochado el primer botón del frac, con el ojal que estaba más abajo, la bragueta en deshabillé haciendo calle a la camisa y el nudo de la corbata en viaje de circunvalación, vis á vis con la oreja derecha. Aquel hombre, sin embargo, gozaba de merecida fama como estadista eminente y también como talentoso, chispeante y decidor: llamábase don Pedro Zeledón[xix], era licenciado in utroque juris y una notabilidad centroamericana en aquel entonces.

“Excelentísimo señor de Marcoleta, dijo él con voz sonora: esta reunión que os admira y aplaude, está pendiente de vuestros labios, ansiosa de escuchar algún hermoso cuento con que no dudo tendréis la bondad de regalarla”.

Marcoleta dio casi un brinco en su silla al escuchar semejante invitación, para la cual no estaba prevenido: tosió, como él acostumbraba hacerlo, con una tos afectada, hueca, hueca al principio, floja y ruidosa después, y la cual terminaba a modo de fuerte resoplido con acompañamiento al graznido del pavo cuando se esponja y zapatea cómicamente; tosió, repetimos, de esa manera, dándose golpes acompasados sobre los nudillos de la mano izquierda con los dedos de la derecha, haciéndolo castañetear, y luego, con aire despreciativo, dijo mal humorado: --“Yo no cuento cuentos”.

Los oyentes quedaron helados con aquella badajada del diplomático español: miráronse unos a otros, deplorando la pérdida de una ilusión por largo tiempo acariciada y de haber pecado quizá de incorrectos, precisamente cuando creían estar tocando la meta de la pulcritud.

Don Pedro Zeledón no era hombre que se mamaba el dedo en ninguna circunstancia, y en él estaban cifradas las esperanzas de aquel público abatido. Apreció la situación en todo lo que de favorable tenía para el que tratase de salvarla, y procuró lucirse a costa del diplomático ensimismado, cuya plancha debía ser estregada.

--“Señores, volvió a decir don Pedro concierta cómica gravedad. Ya que el Excelentísimo señor Ministro no cuenta cuentos, ni hay tampoco quien quiera hacerlo, me tomaré yo la libertad de acudir a mi repertorio para referirles un cuentecito alegre, de cuya autenticidad me hago responsable.”
¡Bravo, don Pedro, bravo! Gritaron todos en coro, palmoteando alegremente.

EL CUENTO ANUNCIADO

Don Pedro Zeledón se irguió, dando a su fisonomía cierto aire caricaturesco, a sus ojos un brillo satánico y a su boca una sonrisa volteriana. En seguida tosió imitando a Marcoleta, castañeteó los dedos de su diestra sobre los nudillos del puño izquierdo y luego, en tono jovial, dio principio a su relato.

“A poca distancia, dijo, de una gran población, cuyo nombre no hace falta, existía una chácara[xx] en la cual había sentado sus reales un feliz matrimonio que logró hacer fortuna con el modesto negocio de crianza y reproducción de gallinas. La mujer, gerente y administradora de los bienes de la sociedad conyugal en aquella empresa, había logrado obtener a fuerza de paciencia el aumento de sus gallinas, cuyos huevos realizaba en grandes cantidades y con buena ganancia en el mercado vecino. Su corral fue famoso en muchas leguas a la redonda, y de todas partes llegaba la gente a visitarlo, haciéndose lenguas del orden y la limpieza que en él reinaban.

“Lleno estaba el fondo del arca en que la dichosa pareja colocaba sus ahorros, y la felicidad, tan coquetona siempre con todo el que atesora, les sonreía bonachonamente en el hogar. Habían llegado los cónyuges, sin sentirlo, a su apogeo y se consideraban ricos y dichosos, cosas ambas difíciles de conseguirse en la vida.

“Un día de tantos (y aquí el narrador tosió nuevamente (marcoleteándose), se les presentó un hombre del campo, proponiéndoles en venta un hermoso chompipe negro, de moco muy rojo, (Marcoleta tenía la punta de la nariz colorada),  de deslumbrante apariencia.

--“¡Qué chompipe tan hermoso! Exclamó la mujer. –Mira lindito mío, cosita preciosa, negrito de mi corazón, añadió, dirigiéndose al marido: esto sí que es ganga, quedémonos con él
--“No, corazón mío, repuso el interpelado; nuestro negocio es otro y no podemos meternos con chompipes, que comen mucho y resultan costando más de lo que producen.
--Sí, chinito encantador, volvió a decir la esposa: ahora no se trata de un negocio, sino de ornato, y necesitamos del chompipe para adorno y realce del corral, lo único en que puede servir: deja que lo compre, y ya verás cómo va a lucirse entre las gallinas.
--“Haz lo que te parezca mejor, viejecita, replicó sonriéndose el marido, y que Dios te bendiga con tu chompipe.

--“No hay para que decir que el pavo fue comprado en seguida y aventado al interior del famoso corral, en el que, a pesar de la violencia con que fue lanzado, logró caer de pie y con honesta apariencia. Acto continuo se irguió con altivez, tendió su cola en forma de abanico desplegado, se esponjó erizando el plumaje, y rojo de indignación al contemplarse entre tanta gente menuda, pateó colérico el suelo, y tosiendo desdeñosamente, mejor graznando, se paseó de un lado a otro del corral, mirando con el rabo del ojo y por sobre el hombro a tanta avecilla despreciable. El gallo y las gallinas a la vez, presas de un terror pánico, se acurrucaron calladitamente debajo de los madero del corral, resollando apenas y con los ojos saltados de espanto.

--“¿Qué monstruo será éste que nos han metido?  --se preguntaba por lo bajo el gallo.
--“¡Nos va a devorar!—Clamaban gemebundas las gallinas.
--“¡Silencio señoras, o no respondo de nada!—decía con voz apagada el gallo. ¡Silencio todo el mundo y ojo al Cristo, que es de plata!

Pasaron así algunos minutos: el gallo y las gallinas acurrucados siempre; el chompipe de pie, ufano y soberbio en el centro de corral y graznando como gran señor. (Aquí don Pedro tosió por tercera vez, imitando al diplomático español y castañeteando con los dedos).

“De pronto sonaron las ocho en un reloj vecino. Era ésa la hora en que se llevaba el desayuno al gallinero, y la encargada de servirlo se presentó en seguida y arrojó desde la puerta numerosos puñados de maíz, que tapizaron el suelo. El chompipe, que recibió parte de aquella granizada sobre sus espaldas, corrió presuroso a guarecerse en un rincón, en el que permaneció hasta que se hubo alejado el peligro. Vuelto a su anterior centro y colmado de gozo con la vista del maíz regado, se puso a engullir con voraz apetito.

“El gallo, que continuaba en acecho, salió en seguida de su escondite, dio cuatro pasos al frente, batió sus alas con energía, tomó una actitud arrogante, y luego con toda la fuerza de sus pulmones vociferó valiente:

--¡Ká…ká…racá! ¡Viva la flor!...
¡Ká…ká…racá! ¡Salid todas sin miedo!
--¡El también… come maíz como nosotros!
--¡Ká…ká… racá, … ká… ká …ká.. racá; vénganse todos ya!

No esperaron más las gallinas, y saliendo alegremente en pelotón, rodearon sin ningún temor al chompipe, se codearon con él, y, disputándole los granos uno a uno, los enguyeron (sic) vertiginosamente hasta agotarlos. El pobre chompipe se quedó a medio desayuno, mejor dicho, a la luna de Valencia, la cual le hizo palidecer y hasta llegar a la lividez en fuerza de la impresión desagradable que recibió; pero luego, recordando su estirpe linajuda y su sangre pura, enrojeció nuevamente, y con el moco erecto y dando pataditas de gran señor, erizó el plumaje, desplegó la cola y tornó a graznar con énfasis como quien tose afectadamente para salir de apuros”.

Sonoros aplausos acogieron el cuento intencionado del licenciado Zeledón; y se dijo en aquel tiempo, que el Excelentísimo don José de Marcoleta no tosió más en Nicaragua, ni volvió a castañetear con los dedos, ni menos se atrevió más a decir, delante de gente bellaca, que él no contaba cuentos.

Y tradición es la presente, que referirnos a verdad sabida y buena fe guardada, y con un mil por ciento más de detalles de nuestra cosecha, a como nos la contó el finado ex presidente de Nicaragua don Roberto Sacasa, que decía haberla habido de su anciano padre, y que hoy damos a luz venteada y con un poquito más de talla adicional.

E se non e vero e bene trabato. (sic)
Guatemala, octubre de 1915






[i]Toco:  De conformidad con el Diccionario de la Real Academia  (RAE),  en Bolivia, se usa como: 1. m. Bol. Tronco cortado y pequeño que se utiliza como asiento.  Creo que en este sentido está utilizada la palabra, y la frase se entendería: tronco de la aristocracia de panela….


[ii] Panela:    Aristocracia de Panela o nobles de Panela, vease más adelante la definición que da el autor a esta expresión.   

[iii]Según el RAE: Zipizape:  1. m. coloq. Riña ruidosa o con golpes 
[iv] Blanca de Castilla:    Según el sitio WEB: http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=blanca-de-castilla-reina-de-francia[iv] Blanca de Castilla:    Según el sitio WEB: http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=blanca-de-castilla-reina-de-francia:        Reina de Francia por su matrimonio con Luis VIII, nacida el 4 de marzo de 1188 en Palencia y muerta en Francia, en una abadía cerca de Melun, el 29 de noviembre de 1252.  Dirigió con energía los asuntos de Francia durante la minoridad de su hijo Luis IX, en cuyo gobierno participó, y cuando este marchó a la cruzada. Su profundo sentido de la religión sobrevivió a su hijo canonizado en 1297……Ella obtuvo dinero para que su esposo lograra el trono inglés  y por la intervención del Papa a favor de Enrique II, hicieron que el delfín francés abandonara sus aspiraciones a la corona inglesa, a cambio de un gran suma de dinero 

[v] .Degollina: Según el RAE: 2. f. coloq. matanza (mortandad
[vi] El verbo zocar es definido así: 1. tr. C. Rica, Guat., Hond. y Nic. apretar (‖ oprimir). 2. intr. C. Rica, Hond. y Nic. Intensificar el esfuerzo

[vii]Nos recuerda al Ku Klux Kan 

[viii]Ad litem significa a los Efectos del Juicio.


[ix]"Poner una pica en Flandes" es una expresión que se utiliza para indicar que se ha realizado algo muy complicado y costoso y que además supone un hito. El origen de esta expresión viene de la época del Emperador Carlos V, el Imperio Español estaba envuelto en varios conflictos, contra los turcos, contra Inglaterra, con Portugal, Francia, Flandes... y en este  panorama era complicado formar un ejército y hacerlo llegar hasta Flandes. El viaje pasaba por el Mediterráneo hasta Italia y desde allí hasta Flandes. (Flandes era sólo una de las provincias, pero se utiliza este término para englobarlas a todas ellas). Así, poner una pica en Flandes era sumamente costoso y suponía un viaje largo y no poco dinero. 

[x] Según el RAE:  Gamonal: 2. m. Bol., Col., C. Rica, Ec., Guat., Hond., Nic., Pan. y Perú. cacique (‖ personaque ejerce excesiva influencia).


[xi]Según el RAE: peorar:  Del lat. tardío peiorāre.1. tr. desus. empeorar. Era u. t. c. prnl. Peoría:  Calidad de peor. 

[xiI] Tapanco: 1 Último piso de un edificio, generalmente construido sobre la cornisa y un poco retirado del nivel de la fachada. Sinónimo:  ático. México 2Plataforma elevada que se construye por debajo del tejado de una casa y se usa para almacenar cosas o para dormir. Según el Wikcionario:  Del náhuatl tlapantli ("azotea"), techo. Superficie de madera con la que se divide la altura de un cuarto.Según el Diccionario Oxford español: nombre masculinoGuat, Méx

[xiii] La Casa de Trastámara fue una dinastía de origen castellano que reinó en la Corona de Castilla de 1369 a 1555.

[xiv] ] No sé exactamente a quienes se refiere con la palabra pirujos el autor.  En el RAE: pirujo, ja1. adj. El Salv. Que no cumple con sus deberes religiosos. 2. f. Mujer joven, libre y desenvuelta. 3. f. despect. Méx. prostituta. En Guatemala se les dice así a los homosexuales, según un diccionario de palabras de origen latinoamericano, mientras que en México y en Perú, según el mismo es sinónimo de mujeriego.  Otros la definen como igual a hereje. 

[xv] Ventolera:  Según el RAE:3. f. coloq. Vanidad, jactancia y soberbia.4. f. coloq. Pensamiento o determinación inesperada y extravagante. Le dio laventolera de sentar plaza.

[xvi] Preste Juan: Según Wikipedia: Preste Juan o Pastor Juan, era el nombre de un supuesto gobernante cristiano del Lejano Oriente según los relatos europeos de la Edad Media. Fue un personaje muy conocido durante los siglos XII a XVII.   Según los relatos medievales, descendía de los tres Reyes Magos, y tanto era un mandatario generoso como un hombre virtuoso, que regía un territorio lleno de riquezas y extraños tesoros, donde se encontraba el Patriarcado de Santo Tomás. Su reino contenía maravillas, como un espejo a través del cual podía ver todas sus provincias, de cuya fábula original derivó la "literatura especular" de la Baja Edad Media y el Renacimiento. En ella, los reinos de cada príncipe eran censados y sus deberes fijados.  Inicialmente, se creía que el reino del Preste Juan se hallaba en la India…. Era presbítero, y de allí que le dijeran Preste
[xvii] [xvii] Macarrónico: Según el RAE:  macarrónico, adj.  1. adj. Dicho del latín: Usado de forma burlesca y defectuosa.
2. adj. Dicho de una lengua distinta del latín: Usada de forma notoriamente incorrecta.

[xviii] Significa tiempo antiguo.

[xix] Pedro Zeledón Mora (San José, Costa Rica, 21 de febrero de 1802 - León, Nicaragua, 17 de abril de 1870) fue un abogado costarricense, nacido en San JoséCosta Rica. Se graduó de Licenciado en leyes en LeónNicaragua. Fue Diputado y Magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica, y Diputado al Congreso federal centroamericano. Posteriormente se radicó en Nicaragua, donde fue Ministro de Relaciones Exteriores. De edad avanzada se ordenó sacerdote. Murió en Nicaragua

[xx] Chácara: es una granja